Days, de Tsai Ming-Liang. Desde 2013, año en que filmó la portentosa “Stray Dogs”, el director malayo afincado en Taiwán se había retirado del cine de ficción. No así del documental, tampoco de las instalaciones artísticas y de realidad virtual. Ahora vuelve con la más pura expresión de su estilo: un precioso estudio sobre la soledad masculina en entornos urbanos, filmado en planos largos, que se cuecen a fuego lento, y que contiene un encuentro sexual de una conmovedora ternura entre un masajista y su cliente. Que una caja de música en la que suena el tema de “Candilejas” selle este significativo momento de intimidad es toda una declaración de principios para una película que, también, es una carta de amor a su actor fetiche, Lee Kang-Sheng.
There is No Evil, de Mohammad Rasoulof. Siete películas en su haber, siete películas censuradas por el gobierno iraní, que, huelga decirlo, no permitió viajar a Rasoulof hasta la Berlinale. Puede colarse en el palmarés, porque su rabia contra la pena de muerte no tiene límites. Su principal singularidad es trabajar el formato del cine de episodios potenciando un hilo conductor que lime asperezas y jerarquías entre los distintos relatos, y ofrecer el punto de vista de los verdugos (a la fuerza), no de las víctimas, de la pena capital. El primer capítulo de la película es portentoso, y tiene un aire hanekiano; los demás son más explícitos al plantearse como dilemas morales, y no siempre generan el suspense necesario para mantener en alto la atención del espectador, pero en conjunto es un filme estimable.
Siberia, de Abel Ferrara. Cuando el cineasta neoyorquino se pone introspectivo -esto es, se pregunta: ¿quién soy yo? ¿hacia dónde vamos? ¿de dónde venimos?- ya os podéis poner a temblar. Willem Dafoe, que se ha convertido en el alter ego de Ferrara, se entrega en cuerpo y alma a un ‘one-man-show’ en el que Clint, que así se llama el protagonista, se enfrenta a sus propios fantasmas. Creía que aislándose en una cabaña, en medio de la nada, podía darles portazo, pero Ferrara no le deja (no nos deja) acostumbrarse a su soledad, porque muy pronto invoca al espectro de su padre, al de su exmujer, al de su propio alter ego, en un chorreo de escenas pesadillescas, que aspiran a ser impactantes y que solo son filosofía barata.
Never Rarely Sometimes Always, de Eliza Hittman. Ganadora del Premio Especial del Jurado en el último Festival de Sundance, es difícil imaginar una película que aborde un tema tan peliagudo como el del aborto con tanto tacto y sabiduría. Poco sabemos de Autumn: por la escena de apertura, la imaginamos víctima del desamor y del acoso escolar, pero, cuando se entera de que, a los 17 años, está embarazada, no está muy claro qué pasos va a tomar. Es lacónica y dura como la Rosetta de los Dardenne, y su vía crucis para abortar, que es de lo más realista, será una prueba de su resiliencia y de que la amistad que la une a su prima es hermosa e indestructible, y no necesita de lindas palabras para brillar. Hittman las filma a ambas pegándose a su piel, desde el más crudo y auténtico de los naturalismos.
Effacer l’historique, de Benoît Delepine y Gustave Kervern. Hay que celebrar que el nuevo comité de selección de la Berlinale apostara por una comedia tan descacharrante como esta, que escoge un objetivo fácil -las adicciones del hombre tecnológico- para sus bromas, pero las clava justamente porque conoce la facilidad con que nos podemos reconocer en ellas. Aquí no solo se pone en juego el tedio intrínseco a la vida en las urbanizaciones de casas adosadas -también eje central de la italiana “Favolacce”- sino lo ridículos que somos cuando nos desesperamos hablando de las temporadas de series que nos hemos perdido, de las últimas aplicaciones de nuestro móvil, de las estrellas que tenemos como conductores de Uber, de las cosas inútiles que hemos vendido en Wallapop. Michel Houellebecq, amigo de Delepine y Kelvern, hace un cameo como suicida. Hilarante.