Quién: Gaspard Noé es el enfant terrible oficial del festival desde que, en 1991, ganó aquí un premio al Mejor Corto por 'Carne', que luego desarrolló en el épico largo 'Seul contre tous' (1998). Todas sus películas se ha presentado aquí, para espanto de la crítica más seria y aburrida, que arruga la nariz ante un cine basado en la provocación gratuita. Un punto de partida que lo hace particularmente interesante, quizás porque no son tantos los que tiene ese arrojo o desfachatez.

Qué: Un grupo de jóvenes bailarines, reunidos en un caserón perdido en medio de la nieve para ensayar las coreografías de una obra, celebra una fiesta que, conforme avanza, degenera, como si hubieran sido víctimas de la droga caníbal. Alguien ha adulterado la sangría que todos han consumido, dando paso a una espiral de sexo bruto y ultraviolencia.

Cómo: A un autor, y mal que le pese a muchos Noé lo es, se le reconoce por sus señas de identidad, pero también se le pide que, en cada película, aporte algo nuevo lo suficientemente estimulante para justificar el visionado. Y Noé, después de haber sido (exageradamente) machacado por ese porno en 3D llamado 'Love' en donde eyaculaba sobre la cara del público, ha vuelto a cumplir. 'Climax' concentra sus rasgos autorales. El mismo poderío visual, y formato, de siempre, el grafismo sofisticadísimo de sus créditos locos, la potencia atronadora de la BSO, su toque irónico fascistoide (“Una película francea y orgullosa de serlo”) y, por supuesto. la provocación por la provocación, que no obsta una carga de profundidad claramente política sobre la imposibilidad de convivencia de la diversidad en el seno de la República. Pero también incorpora suficientes elementos novedosos para dejarnos más que satisfechos, como si hubiésemos alcanzado el clímax, y estuviéramos con el cigarrillo de después.

Los números de baile de urban dance noventero son una pasada. No hay mucho que comentar al respecto, esperen a verlos y a quedarse con la boca abierta. Salvo Sofia Boutella, que da vida a la coreógrafa, el resto del cast está integrado por bailarines que nunca habían actuado ante la cámara, y las coreografías han sido diseñadas por Nina McNeely, recomendada a Noé por la propia Boutella. Al principio del film los vemos a todos en una serie de entrevistas a cámara, que se reproducen en un viejo televisor enmarcado por todos los libros y películas, en formato deuvedé, que supuestamente han inspirado el film, desde 'El inconveniente de haber nacido', de nuestro querido Cioran, el dandy de la filosofía irónicamente depresiva, a la inevitable 'Suspiria' de nuestro no menos amado Dario Argento. Después, una espiral más o menos previsible de sexo más o menos explícito y de violencia brutal, lo que cabe esperar de un tipo como Gaspar Noé. Lo contrario sería defraudarnos.

Por mucho que la deriva del film, adrenalínica y con el musicón (Thomas Bangalter, Moroder, Cerrone…) a todo volumen (una decadencia acelerada, que nos recordó a las de 'High Rise' o 'madre', de Wheatley y Aronofsky, respectivamente, otros reconocidos agents provocateurs) no resulte especialmente sorprendente para el crítico acostumbrado a estos menesteres, el espectador, ese ente, sigue todavía bajo los efectos euforizantes de las coreografías demenciales que lo han dejado alucinado al principio del film, cuando todo, todavíam, estaba bien. Así puede llegar a importarle un pimiento lo que esa espiral decadente pueda tener de déjà vu, de vacua, o de totalmente injustificada. Aunque el film se desarrolla inversamente a lo que sugiere el título (el clímax viene al principio, y no al final, una inversión también típica del director de 'Irreversible'), sigue siendo una fiesta, una fiesta que se convierte en un mal viaje, y que reproduce muy bien esa pastosa sensación de estar demasiado pasado para poder volver a la realidad, y tener que aguantar hasta el final. En medio de tanta gravedad, un gamberro tan deliberado y sin coartadas como Noé siempre sienta como una ducha en plena resaca.