Pasan los años, se acumulan los triunfos (‘Mommy’) y los fracasos (‘Solo el fin del mundo’), y Xavier Dolan sigue ahí, a sus 30 años, asentado en el rol de chico prodigio y enfant terrible del Planeta Autor. Su consagración puede haber oxigenado el panorama cinéfilo, pero no queda claro si le ha hecho demasiado bien a su cine, que cada vez se parece más a una colección de autocitas, de tics estilísticos, de recurrencias temáticas. En ‘Matthias & Maxime’, presentada en la Competición Oficial del Festival de Cannes, Dolan rememora la turbia historia de amor homosexual de ‘Tom en la granja’, echa mano de las piruetas formales de ‘Mommy’, repite con Anne Dorval en la piel de madre disfuncional (como en ‘Yo maté a mi madre’) y perpetua la histeria y el griterío que caracteriza toda su obra. El problema es que este cóctel explosivo, que busca arrastrar al espectador a un vendaval de emociones exaltadas, acaba siendo víctima de la autocomplacencia de su director, un Dolan empecinado en impactar con cada una de sus decisiones narrativas y estéticas.

‘Matthias & Maxime’ cuenta la historia de Matt (Gabriel D'Almeida Freitas) y Max (el propio Dolan), dos amigos de la infancia que, llegada la treintena, siguen resistiéndose a aceptar el deseo amoroso que late entre ambos. La posibilidad del romance parece lastrada por un entorno castrador. Max quiere escapar de Canadá y de su tóxica familia para buscar nuevos horizontes vitales en Australia (la cuenta atrás de dicho viaje fija cronológicamente el relato), mientras que Matt parece atrapado entre una estresante carrera profesional en el mundo de los negocios y una novia complaciente. Uno de los problemas de ‘Matthias & Maxime’ es que el contexto de los personajes nunca termina de dibujarse. Dolan prefiere fabricar una de sus gozosas escenas musicales, al ritmo de los Pet Shop Boys, que describir con claridad las obligaciones profesionales de Matt. En realidad, nada parece dibujarse del todo en una película que juega a dar bandazos por la existencia de unos personajes carentes de profundidad psicológica. Dolan confía en su capacidad para capturar la intensidad del vínculo amoroso a través de las miradas furtivas y melancólicas que intercambian sus amantes crucificados, pero la afectación emocional de dos actores de talento limitado (Dolan y D’Almeida no son Tony Leung y Leslie Cheung) no basta para mantener en pie el circo sentimental.

matthias et maxime
Sons of Manuel

Como suele ocurrir con el cine de Dolan, ‘Matthias & Maxime’ reparte entre el público un buen número de golosinas para los ojos. La filmación en formato analógico genera un extraño anacronismo: la textura de las imágenes busca despertar la nostalgia por el cine predigital, mientras que los personajes, abocados a la incontinencia verbal, no ahorran menciones a Instagram, los iphones o las series de HBO. Las múltiples referencias a la cultura popular, de ‘Dragon Ball’ a ‘El indomable Will Hunting’, buscan despertar la complicidad del público, al que también se invita a reírse del patetismo encantador de numerosos personajes (un recuerdo particular para la madres pintorescas y vulgares, puro kitsch, que son ya una marca de fábrica de Dolan). A la postre, el truco más efectivo de ‘Matthias & Maxime’ llega con la invocación de la fraternidad masculina que impera en el grupo de colegas protagonista, donde la película encuentra una fuente inagotable de indolencia y hedonismo, ingredientes fundamentales para la comedia de la irresponsabilidad. Sin embargo, todos estos aperitivos de dulzor efímero no consiguen iluminar una película atrapada en su exhibicionista merodeo por un territorio de pasiones resquebrajadas y deslucidas.