Dirección: David Trueba. Intérpretes: Lucía Jiménez, Fernando Ramallo
De qué va. Dos antiguos amigos de la infancia se reúnen para iniciar una serie de conciertos en pequeños locales.
Y qué tal. Han pasado más de veinte años desde que David Trueba rodó 'La buena vida' junto a Lucía Jiménez y Fernando Ramallo. En ella se adentraba en el universo preadolescente de un joven que tenía que enfrentarse a la pérdida y el descubrimiento del amor. Ya latía en esa película el aroma de la nostalgia, de un cine que se estaba extinguiendo, que referenciaba a Truffaut y Malle, que se inundaba de melancolía y desencanto. En ese momento identificamos sin problemas a Tristán con el personaje de Antoine Doinel. Ahora también podríamos encontrar ecos de 'El amor en fuga' y de la trilogía de Richard Linklater sobre las diferentes etapas que atraviesa una pareja en su devenir sentimental a lo largo de los años.
En 'Casi 40' volvemos a recuperar a Lucía y Fernando. Muchas cosas han pasado a lo largo de este tiempo y no es necesario que todas queden verbalizadas. Lucía ha encontrado la estabilidad como esposa y madre y ha dejado atrás su carrera musical. Fernando (antes Tristán), se ha quedado estancado en el pasado. La nostalgia del ayer se cuela en cada uno de los fotogramas de una película que funciona a modo de último viaje de despedida. David Trueba compone una oda al ayer con la constante referencia a todas las cosas que se han quedado por el camino o que están a punto de desaparecer, que ya no interesan dentro de una sociedad que consume de otra manera. Y lo hace de manera reiterativa, colándose en cada una de las conversaciones entre Lucía y Fernando, quedando el discurso tan subrayado que pierde toda capacidad metafórica.
Muchos tildarán la película de “viejuna”. Trueba parece más interesado en enumerar todo lo que ha dejado de existir a lo largo de estos años que en reflejar de verdad las frustraciones de una generación que ha tenido que enfrentarse por el camino a la crisis económica y a la pérdida de sus ideales. Algo de eso encontramos en la mirada desilusionada de Ramallo, en las canciones de Lucía que vehiculan la narración y que nos llevan desde los sueños de adolescencia a los casi 40. Pero en ocasiones la relación entre los personajes resulta demasiado artificial e impostada. No ayudan determinadas frases literarias que intentan configurar una supuesta poesía narrativa que sin duda ha quedado trasnochada. Sin embargo, hay una escena, casi al final de la película, en la que por primera vez sabemos qué pasó con la relación entre los personajes. Un momento magnífico, revelador y emocionante en el que Lucía Jiménez logra transmitir verdad, sencillez y un sentimiento interno que te atrapa hasta la lágrima y consigue darle sentido a todo.
Lo mejor: El regreso de Lucía Jiménez y ese monólogo que la eleva a los altares interpretativos. Y el romanticismo crepuscular de la propuesta.
Lo peor: Que la propuesta puede resultar algo trasnochada.