Handia, de Aitor Arregi y Jon Garaño Sección Oficial

Con un casting impecable de lo mejor de los actores vascos: Eneko Sagardoy (perfecto) o Joseba Usabiaga (sutil interpretación de un personaje con muchos matices)

Quién. Frente a la individualidad de un nombre, El Autor de la película, que concentre en él todo el esfuerzo y trabajo de un conjunto de personas que se entrega a cien por cien en un proyecto cinematográfico, este colectivo de cineastas, llamémosle Moriarti, prefiere trabajar en equipo, alternando su cabeza visible en cada nueva película. Aitor Arregi y Jon Garaño (directores) junto a Andoni de Carlos y Jose Mari Goenaga (guionistas, en esta ocasión). Creadores de lo mejor del cine vasco de esta década (y también, nacional e internacional): 80 egunean o Loreak.

Qué. Anclado en la memoria de los cineastas, el gigante de Altzo de mitad del siglo XIX, personaje histórico que en su época entra en la leyenda, ha sido la inspiración de Handia. Un caserío, dos hermanos con diversos destinos (uno soldado en la primera guerra carlista y el otro, futuro monstruo de feria por su enorme estatura), y dos ambiciones, radicalmente diferentes, marcharse de la casa familiar o quedarse en ella, como siempre, desde la primera generación. La introducción de la película evoca las continuas transformaciones que vivía ese periodo histórico. De hecho, aunque tengamos esa impresión, puede que al fin y al cabo todo no cambie tanto.

Cómo. Muchos se hubiesen conformado con un biopic de época. Elegante, sin la menor duda, y perfectamente recreado (el limitado presupuesto para este tipo de film se ha empleado sabiamente y parece mucho más importante de lo que es) pero Moriarti va mucho más allá. Muchísimo más lejos y en profundidad.

Handia adopta uno de los géneros más contemporáneos, el road movie (de los años 60 aunque su verdadera inspiración se sitúe en la Odisea), para una película de época, siguiendo la marca de la casa de estos creadores, la mezcla de sabores y las continuas sorpresas. Género que le sienta a la perfección a la historia, como travesía física que transforma en el camino a los viajeros, que han osado aventurarse fuera del recinto materno, del universo personal al que pertenecen y del que estaban llamados a perpetuar.

La película comienza brillantemente presentando el elemento central de sus protagonistas: la tierra y, en concreto, el caserío. Referencia espacial y existencial de los hermanos que, según su carácter, les atrae tanto como les repele. Tras el regreso al caserío, después de la experiencia traumática de la guerra de uno de los hermanos, éste se encuentra que nos sólo él ha cambiado, física y mentalmente, sino también su hermano que, afectado por la enfermedad del gigantismo, se ha transformado en otra persona.

Y ahí comienza el road movie fraternal que les llevará por media Europa, exhibiéndose en ferias, teatros y ante la mismísima Isabel II (escena con una carga política, que pese a su veracidad histórica y a la conocida tendencia de la reina española, permite múltiples interpretaciones, quizás por la actualidad catalana) y acabará por modificar su visión personal y del mundo que les rodea.

Handia es un perfecto manual de instrucciones de cómo vivir nuestras propias diferencias y aceptar la diversidad de los otros (tema recurrente en su filmografía). Si todos ven al gigante de Altzo como un extraño, un ser diferente, es su propio hermano es que se siente distinto. Él es el que se quiere ir del caserío, alejarse de la vida a la que se le había destinado desde su nacimiento, y volar de sus propias alas. El camino, lo más importante del road movie, les permitirá, a uno y al otro, aceptarse tal como son. Llegando incluso, al final de la historia, a ser confundidos por la sociedad. He ahí la inteligencia y sutiliza de este sublime guión.

Pero aún hay mucho más en esa reflexionada escritura. Entre otros también se aborda el papel del artista en esta sociedad del espectáculo, que iba a comenzar sólo unos años después, los límites a no sobrepasar para no perder la dignidad y hasta qué punto se debe dar al espectador lo que espera. Un guión de lujo.

Fotografía. Otro de los aspectos más destacados de esta joya de la sección oficial del festival es el trabajo de Javier Agirre Erauso que parece habitado por la inspiración de los maestros flamencos holandeses, en composiciones iluminadas de tal manera que parecen salidas directamente de sus obras de arte, expuestas en los mejores museos. Una luz de intimidad, de recogimiento y hasta del encierro que pesa sobre sus protagonistas. Un inmenso trabajo de ambientación que da una impresionante y sobrecogedora textura a la película.

Resultado. Un grandísimo momento de cine con una película que, por su riqueza de contenido y su exquisita forma visual, debería estar en el Palmarés del festival (a este paso nos van a faltar premios porque el certamen acaba de comenzar). Esta vez tiene que ser la buena en San Sebastián y también Estados Unidos. En todo caso, crucemos los dedos porque esta película tan “grande”, se lo merece.