En un festival que está ofreciendo un buen número de films de tesis –de la debacle consumista y medioambiental de 'Una vida a lo grande' ('Downzising') a la aceptación de la diferencia en 'La forma del agua'–, una película como 'Lean on Pete', el nuevo trabajo del joven realizador británico Andrew Haigh, nos devuelve la delicadeza del buen cine de personajes: aquel en el que la psicología de la historia y la relación física de los actores con los escenarios que los rodean lo son todo. La cuarta película del director de las muy british 'Greek Pete', 'Weekend' y '45 años', supone la primera incursión de Haigh en el paisaje y la cultura norteamericanas, en concreto, la cara marginal de Portland, Oregon. Allí comparten un cochambroso apartamento Charley (Charlie Plummer, todo un descubrimiento) y su mujeriego padre. Arrastrado a la ociosidad por la falta de estímulos, Charley ve la luz cuando empieza a trabajar para Del (Steve Buscemi), un cuidador de caballos de carreras de segunda (o tercera) fila. Parece que a Charley se le abre un horizonte de sosiego, pero la tendencia del padre a meterse en líos romperá esta utopía serena.

Planteada como un juego permanente entre estasis y movimiento –personajes que no dejan de moverse pero que viven estancados por sus aflicciones y traumas–, 'Lean on Pete' se recrea en los andares de sus protagonistas, en sus lacónicas charlas y en sus discretos intercambios afectivos. En un momento determinado, el joven Charley, de solo 16 años, decide lanzarse a la carretera en busca de paz y libertad; un territorio, el de la road movie, nuevo y hasta cierto punto ajeno a Haigh. Una distancia que permite al inglés abordar el imaginario y los paisajes yanquis de un modo original. En la imagen más poderosa de la película, el rostro de Charley, sumergido hasta el cuello en un lago, cerca de Lean on Pete, va dejando paso, mediante un prolongado fundido encadenado, a una monumental postal del desierto (uno de los fundidos más originales y poderosos desde aquel de 'Meek's Cutoff , de Kelly Reichardt, en el que la línea del horizonte surgía del interior de un río). 'Lean on Pete' asordina el contenido épico y romántico del clásico relato de iniciación yanqui: como un 'Colmillo blanco' en miniatura o un 'En la carretera' sin euforia, la odisea de Charley se ajusta al carácter humilde y a la actitud discreta del protagonista. La propia dirección del viaje, de Oeste a Este, contradice el sentido de la conquista de nuevas tierras y libertad que subyace en el imaginario estadounidense: una disposición a contracorriente de la que tiene mucha culpa Willy Vlautin, el autor de la novela en la que se basa el film.

Prosiguiendo con el principio de delicadeza que propulsaba sus anteriores películas, Haigh sigue las peripecias de Charley sin enfatizar sus anhelos y temores. En su recorrido, va encontrando a diferentes personajes que atisban un horizonte familiar que nunca llega a cuajar. Incluso la relación del chico con el caballo Lean on Pete –que remite a 'Kess', el segundo y mejor film de Ken Loach– evoluciona ajena a los derroches de sentimentalismo habituales en este tipo de alianzas. Tampoco hay en 'Lean on Pete' un deseo de elaborar un obvio retrato social: aparecen chicos dispuestos a alistarse en el ejército, se habla de la dificultad para encontrar trabajo y se manifiesta el abandono de una cierta América olvidada, pero la mirada de Haigh nunca se aleja de Charley.

El mayor problema de la película se manifiesta en algunos giros dramáticos, más propios de lo novelístico que de lo fílmico, que no terminan de ajustarse a la sutilidad de Haigh. En su cuarto largometraje, el británico se confirma como un director que controla a la perfección todos los resortes del naturalismo psicológico, una especie de de versión inglesa de Mia Hansen-Løve, directora con la que Haigh comparte una tendencia al acomodamiento en su zona de confort. Como en 'Wendy and Lucy', de Kelly Reichardt, en 'Lean on Pete' tenemos a un personaje que va perdiendo, progresivamente, todas sus pequeñas posesiones y vínculos con lo social; sin embargo, existe todavía un largo trecho entre la sabiduría cinematográfica de la directora de 'Old Joy' –en cuyo cine la realidad parece siempre un territorio virgen para el tránsito misterioso y orgánico de sus personajes– y el talento dramatúrgico de Haigh, en cuyo cine se percibe la mano de un cineasta que necesita controlar con firmeza el destino del relato y sus personajes.