Existe una larga tradición de películas norteamericanas que satirizan la idílica paz social que, supuestamente, impera en los paraísos residenciales yanquis; lo que ellos llaman la “suburbia”. Algunas de esas películas subrayan la artificialidad de ese mundo de colores pastel ('Las mujeres perfectas'), otras tienen aliento pop ('No matarás... al vecino', 'Gremlins' o 'Matinee', todas de Joe Dante), hay las que filosofan ('El show de Truman') y las que enamoran ('Eduardo Manostijeras'). Una heterogénea estirpe de autorretratos inquietantes a los que se suma ahora 'Suburbicon', la nueva película dirigida por George Clooney, coescrita por los hermanos Coen, que aspira a ser la más salvaje de todas. En el extremo opuesto al registro reflexivo de 'Buenas noches, y buena suerte' –que sigue siendo la mejor película de Clooney– 'Suburbicon' se presenta como un brutal exabrupto contra el odio racial. Una intolerancia que, según la tesis del film, se halla enquistada en una Historia de violencia (americana) que se extiende hasta nuestros días.
Furiosamente política, la película convierte la América residencial de finales de los años 50 en el escalofriante reflejo de la actual América de Donald Trump. De hecho, el film tiene su propio doble origen. Por un lado, el interés de Clooney por el caso de William y Daisy Meyers, un matrimonio afroamericano que, en 1957, fue increpado y asaltado por una jauría de ciudadanos (blancos) cuando se atrevieron a mudarse a un “suburbio” de clase media-alta (una historia que el actor/director descubrió a través del documental 'Crisis in Levittown'). Por el otro, un viejo guión de los hermanos Coen, escrito en los años 90, en el que una serie de desventurados personajes se veían condenados por sus calamitosas decisiones. De la confluencia de ambas fuentes surge un ácido y cínico retrato de la cara más monstruosa del espíritu yanqui, perseguido el fantasma de la esclavitud y aferrado a valores como el proteccionismo, el orgullo patriarcal y la avaricia.
Retrato descarnado de la autodestrucción del sueño americano, 'Suburbicon' podría figurar como el nuevo capítulo de la saga de la estupidez americana que los hermanos Coen llevan décadas perpetrando. O, quizá mejor, habría que situarla en un punto equidistante en el tiempo entre las misantrópicas 'Sangre fácil' y 'Fargo'. Más próxima a la fantasmagoría siniestra que a la comedia costumbrista, 'Suburbicon' se recrea en la fría amoralidad de sus personajes (con Matt Damon y Julianne Moore como matrimonio a la deriva), capaces de acabar con toda la realidad que les rodea –incluidos niños inocentes– en la persecución de sus fantasías de éxito y poder. Para imponer su mensaje, Clooney no deja títere con cabeza: 'Suburbicon' es seguramente la película americana más demoledora desde 'Los odiosos ocho', aunque el intento, por parte de Clooney, de abrazar las formas del Grand Guignol y el suspense hitchcockiano, se queda a años luz de la brillante destilación tarantiniana del Nuevo Hollywood y el cine de John Carpenter.
Cautivado por la fuerza catártica del cine como pintura negra, Clooney decide hacer una película que destapa sin clemencia los males de la América blanca, una película hecha para convencidos, un film que jamás llegará a los seguidores de Trump. La (supuesta) fortaleza del film reside en su simplismo, según el cual la ignorancia de los votantes del Presidente/showman es sinónimo de estupidez: el tipo de arrogancia que condenó a la América progresista en las últimas elecciones estadounidenses. Así, ¿podría ser que las nobles intenciones de Clooney no hagan otra cosa que acrecentar las brecha abierta entre las dos Américas? Como breve contrapeso a la oscuridad del film, 'Suburbicon' contiene la imagen de dos niños, uno blanco y uno negro, demoliendo inocentemente las barreras del odio racial: una imagen gemela de la tuiteada hace poco por Barack Obama en respuesta al crimen racista de Charlottesville. Sin embargo, este atisbo de esperanza figura como una anecdótica pincelada de luz en las tinieblas de 'Suburbicon'. De hecho, este crítico humanista no puede hacer otra cosa que denostar la crueldad intolerable de la asociación entre la miope visión política de Clooney y la malicia de los Coen.