Ante un empeño titánico como ROMA, resultaría tentador ponerse hiperbólico y afirmar que Alfonso Cuarón ha filmado su Fanny y Alexander, o que ha conseguido trasladar al cine el modelo proustiano de En busca del tiempo perdido. Sin embargo, para hacer justicia al trabajo del mexicano, quizá sea más apropiado intentar ponerse a ras de imagen para explorar las claves estéticas de este viaje a la infancia del director: una inmersión vibrante y al mismo tiempo distanciada en la realidad del México de 1970 y 1971.

Filmada con una cámara digital Alexa de 65mm, las imágenes en blanco y negro de ROMA proponen un diálogo permanente entre el naturalismo y el formalismo, canalizando la representación de una memoria viva, invocada desde una perspectiva contemporánea –algo que ya logró Terrence Malick, a su manera, en el tramo central de El árbol de la vida–. Del lado (neo)realista, la textura de las imágenes evocan un universo táctil, casi hiperrealista, no filtrado por la porosidad nostálgica del cine analógico; mientras que la dimensión artificiosa del film se articula a través del punto de vista: la cámara observa desde la distancia, apartada, en plano secuencia, casi como si fuera una presencia fantasmagórica, y lo que captura son los movimientos de una familia de clase media alta cuya armónica cotidianeidad se verá trastocada por acontecimientos privados y públicos.

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El arranque de ROMA –título que hace referencia al barrio en el que transcurre el film– es deslumbrante. Entre las composiciones de grupo –a medio camino entre la espontaneidad y lo coreográfico– y el retrato de objetos empapados de memoria, detalles aparentemente banales, como una ventana sucia, una pelota deshinchada o la ropa tendida adquieren una punzante resonancia poética. Además, el rigor con el que Cuarón se vuelca en el retrato intimista de la familia, marcado por la abundancia de tiempos (sólo aparentemente) muertos, remite al trabajo de una noble estirpe de cineastas orientales: de los minúsculos y sublimes dramas domésticos de Yasujirō Ozu a las crónicas autobiográficas del taiwanés Hou Hsiao-hsien, donde la Historia, en mayúsculas, se infiltraba en los rituales cotidianos de los personajes.

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En este singular contexto fílmico, ROMA pone el foco en la realidad de una joven criada de la familia protagonista, Cleo, interpretada con sorprendente temple por la actriz no profesional Yalitza Aparicio. Cuarón compone el retrato de Cleo con quebradizos filamentos narrativos y sobre ella terminan confluyendo diferentes conflictos de alcance socio-político y cultural. Por un lado, está la compleja relación que se establece entre la criada y la familia a la que sirve, un vínculo en el que se entrecruzan el afecto y el servilismo, y que Cuarón explora con más bonhomía que obras latinoamericanas recientes como Una segunda madre de la brasileña Anna Muylaert o La nana del chileno Sebastián Silva. Cleo es también el eje central de la reflexión que propone el film en torno al rol de la mujer en una sociedad marcadamente patriarcal. Y, por último, la protagonista debe encontrar su lugar en una sociedad que tiende a estigmatizar su condición indígena, algo que la película pone en primer plano a través del uso del idioma mixteco.

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Para terminar de caracterizar ROMA resulta necesario atender a la creciente necesidad que siente Cuarón de desarrollar en profundidad el drama de Cleo, lo que convierte la segunda mitad de ROMA en un ejercicio fílmico más convencional, menos estimulante. Los acontecimientos se aceleran, los fueras de campo del relato se van resolviendo y el acercamiento a la cotidianidad se va diluyendo en pos de una resolución marcada por la catarsis, una decisión que ya lastraba, en parte, los logros de Gravity, la anterior película de Cuarón. Pese a todo, el director de Y tú mamá también –otra película sobre jóvenes que descubrían la complejidad y sinsabores de la realidad adulta– consigue en ROMA la difícil proeza de evocar el pasado con un pie puesto en la nostalgia y el otro en el sentido crítico. Qué significa recordar, sino aceptar que todo ejercicio de memoria trastoca tanto nuestra visión de la H/historia como de la realidad presente.

Dirección: Alfonso Cuarón
Reparto: Yalitza Aparicio, Nancy García García, Marina de Tavira, Daniela Demesa, Enoc Leaño, Marco Graf
Título en V.O: ROMA
Nacionalidad: México/Estados Unidos Año: 2018 Fecha de estreno: 14-12-2018 Género: Drama Color o en B/N: B/N Guión: Alfonso Cuarón
Sinopsis: Cleo (Yalitza Aparicio) es una joven sirvienta de una familia que vive en la Colonia Roma, barrio de clase media de Ciudad de México. En esta carta de amor a las mujeres que lo criaron, Cuarón se inspira en su propia infancia para pintar un retrato realista y emotivo de los conflictos domésticos y las jerarquías sociales durante la agitación política de la década de 1970.

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Manu Yáñez es periodista y crítico de cine y está especializado en cine de autor, en su acepción más amplia. De chaval, tenía las paredes de su habitación engalanadas con pósteres de ‘Star Wars: Una nueva esperanza’ de George Lucas y ‘Regreso a Howards End’ de James Ivory, mientras que hoy decora su apartamento con afiches de los festivales de Cannes y Venecia, a los que acude desde 2003. De hecho, su pasión por la crónica de festivales le cambió la vida cuando, en 2005, recibió el encargo de cubrir la Mostra italiana para la revista Fotogramas. Desde entonces, ha podido entrevistar, siempre para “La primera revista de cine”, a mitos como Clint Eastwood, Martin Scorsese, Angelina Jolie, Quentin Tarantino y Timotheé Chalamet, entre otros.

Manu es Ingeniero Industrial por la Universitat Politécnica de Catalunya, además de Máster en Estudios de Cine y doctorando en Comunicación por la Universitat Pompeu Fabra. Además de sus críticas, crónicas y entrevistas para Fotogramas, publica en El Cultural, el Diari Ara, Otros Cines Europa (escribiendo y conduciendo el podcast de la web), la revista neoyorkina Film Comment y la colombiana Kinetoscopio, entre otros medios. En 2012, publicó la antología crítica ‘La mirada americana: 50 años de Film Comment’ y ha participado en monografías sobre Claire Denis, Paul Schrader o R.W. Fassbinder, entre otros. Además de escribir, comparte su pasión cinéfila con los alumnos y alumnas de las asignaturas de Análisis Fílmico de la ESCAC, la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña. Es miembro de la ACCEC (Asociación Catalana de la Crítica y la Escritura Cinematográfica) y de FIPRESCI (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica), y ha sido jurado en los festivales de Mar del Plata, Linz, Gijón, Sitges y el DocsBarcelona, entre otros. 

En el ámbito de la crítica, sus dioses son Manny Farber, Jonathan Rosenbaum y Kent Jones. Sus directores favoritos, de entre los vivos, son Richard Linklater, Terence Davies y Apichatpong Weerasethakul, y su pudiera revivir a otros tres serían Yasujirō Ozu, John Cassavetes y Pier Paolo Pasolini. Es un culé empedernido, está enamorado de Laura desde los seis años, y es el padre de Gala y Pau.