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‘Miss Marx’ es la película socialista y feminista que el cine y el mundo actual necesitan. ¿Qué podríamos sacar de otro panfleto didáctico sobre la destrucción en marcha de los derechos de los trabajadores y sobre la necesidad de luchar por la igualdad de género? ¿Hasta qué punto nos serviría otra meditación en clave vanguardista-experimental sobre la falta de rumbo ideológico y cultural del mundo moderno? Descartando ambas opciones y situándose en un afortunado punto intermedio, ‘Miss Marx’, el biopic que la italiana Susanna Nicchiarelli dedica a la figura de Eleanor Marx, la hija menor de Karl Marx, sabe abrazar tanto el fulgor emotivo del arte popular como la fuerza subversiva del cine de la modernidad. Una operación de marcado carácter político que alcanza su cenit expresivo en una flamante colección de arrebatos punk-rock sustentados en el poder de lo anacrónico: la idea de abrir la historia a contrapelo que promulgaba Walter Benjamin. Así, una escena que comienza con los asistentes al funeral de Friedrich Engels cantando ‘La Internacional’ pronto se transforma en un incendiario collage audiovisual en el que unas fotografías de La Comuna de París –el pequeño sueño socialista que floreció y pereció en Paris en 1871– resplandecen al son de una versión guitarrera de la misma ‘Internacional’ interpretada por el grupo estadounidense Downtown Boys.
La inventiva de Nicchiarelli parece no tener límite y, mientras el tronco central de ‘Miss Marx’ recrea con elegancia y discreción, casi de un modo clásico, la vida de Eleanor Marx desde 1883 hasta su muerte en 1898, la directora interrumpe una y otra vez la acción para ilustrar la vigencia de la lucha política de la protagonista. Solo hace falta observar las diferentes maneras en que Nicchiarelli presenta los discursos de Eleanor, centrados en la denuncia de las difíciles condiciones de vida de los trabajadores y en el injusto sometimiento de las mujeres en un mundo reglado por los hombres. En una secuencia poderosa, Eleanor recorre diferentes partes de una fábrica británica mientras pronuncia uno de sus discursos mirando a la cámara, que la acompaña en un travelling de retroceso. Luego, la cuarta pared se rompe de manera más sutil cuando la protagonista recita de forma sobria otro de sus discursos mientras medita, en el interior de su casa, acerca de los claroscuros de su vida. Un juego de tintes metafílmicos que también aflora cuando el espectador descubre que una escena de gran contundencia dramática –en la que Eleanor confronta a su pareja, el deshonesto Edward Aveling– es en realidad una representación de la obra ‘Casa de muñecas’ de Henrik Ibsen. Una ficción dentro de la ficción, un juego de espejos entre el arte y la vida.
Todos estos aullidos de modernidad fílmica –que traen a la mente el vivaz trabajo con el material de archivo y los anacronismos del también italiano Pietro Marcello en ‘Martin Eden’– dan vida y color al retrato de la agridulce existencia de Eleanor Marx, cuya realización personal como activista política y autora marxista contrasta con la naturaleza turbulenta de su relación romántica con Edward Aveling, un hombre de fuertes convicciones socialistas que, sin embargo, hizo del despilfarro y las adicciones los pilares de su vida. ‘Miss Marx’ utiliza esta compleja relación sentimental (que puede recordar a la de la joven Julie y el heroinómano Anthony en ‘The Souvenir’ de Joanna Hogg) para ahondar en las contradicciones que asediaron a Eleanor en la etapa final de su vida. En otro de sus discursos, filmado esta vez por una cámara en movimiento que se mueve entre los asistentes al mitin, la protagonista denuncia con fiereza la “hipocresía organizada” que predominaba (y todavía predomina) en la sociedad británica (y en todo el mundo), donde las mujeres daban pasos de gigante hacia la igualdad en la esfera pública pero seguían sometidas a la “tiranía de los hombres” en la esfera privada. No hace falta insistir en que la propia Eleanor fue víctima de esta tensión entre sus convicciones políticas y su vida sentimental, dominada por una pasión romántica que llegó a convertirse en una losa insoportable.
Por último, cabe insistir en la convicción con la que Nicchiarelli interpela al espectador –en particular a las mujeres jóvenes de hoy– a abrazar la dimensión universal y contemporánea del ideario de Eleanor Marx. Ahí están los discursos y las cartas leídas por los personajes mirando a cámara (una estrategia que conecta con el cine de François Truffaut); o el modo en que ‘Miss Marx’ intercala una recreación ficcional de una revuelta obrera de finales del siglo XIX con fotografías de una huelga minera en la Inglaterra de los años 80 del siglo XX. La lucha continúa. La chispa está ahí para encender un fuego, nos dicen los Downtown Boys en su memorable cover de ‘Dancer in the Dark’ que engalana la gran película de Nicchiarelli.
Manu Yáñez es periodista y crítico de cine y está especializado en cine de autor, en su acepción más amplia. De chaval, tenía las paredes de su habitación engalanadas con pósteres de ‘Star Wars: Una nueva esperanza’ de George Lucas y ‘Regreso a Howards End’ de James Ivory, mientras que hoy decora su apartamento con afiches de los festivales de Cannes y Venecia, a los que acude desde 2003. De hecho, su pasión por la crónica de festivales le cambió la vida cuando, en 2005, recibió el encargo de cubrir la Mostra italiana para la revista Fotogramas. Desde entonces, ha podido entrevistar, siempre para “La primera revista de cine”, a mitos como Clint Eastwood, Martin Scorsese, Angelina Jolie, Quentin Tarantino y Timotheé Chalamet, entre otros.
Manu es Ingeniero Industrial por la Universitat Politécnica de Catalunya, además de Máster en Estudios de Cine y doctorando en Comunicación por la Universitat Pompeu Fabra. Además de sus críticas, crónicas y entrevistas para Fotogramas, publica en El Cultural, el Diari Ara, Otros Cines Europa (escribiendo y conduciendo el podcast de la web), la revista neoyorkina Film Comment y la colombiana Kinetoscopio, entre otros medios. En 2012, publicó la antología crítica ‘La mirada americana: 50 años de Film Comment’ y ha participado en monografías sobre Claire Denis, Paul Schrader o R.W. Fassbinder, entre otros. Además de escribir, comparte su pasión cinéfila con los alumnos y alumnas de las asignaturas de Análisis Fílmico de la ESCAC, la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña. Es miembro de la ACCEC (Asociación Catalana de la Crítica y la Escritura Cinematográfica) y de FIPRESCI (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica), y ha sido jurado en los festivales de Mar del Plata, Linz, Gijón, Sitges y el DocsBarcelona, entre otros.
En el ámbito de la crítica, sus dioses son Manny Farber, Jonathan Rosenbaum y Kent Jones. Sus directores favoritos, de entre los vivos, son Richard Linklater, Terence Davies y Apichatpong Weerasethakul, y su pudiera revivir a otros tres serían Yasujirō Ozu, John Cassavetes y Pier Paolo Pasolini. Es un culé empedernido, está enamorado de Laura desde los seis años, y es el padre de Gala y Pau.