Si hay un hilo conductor que hilvana, de forma subterránea, la ecléctica carrera del maestro japonés Kiyoshi Kurosawa, ese es su talento para imbricar ciertas formas del clasicismo cinematográfico con pulsiones más propias del cine de la modernidad. Sea en sus películas de terror apocalíptico, en sus dramas de autodescubrimiento o en un film histórico de espías, Kurosawa siempre apuesta por introducir estimulantes dosis de extrañamiento en universos que parecen herederos de los de Orson Welles, Alfred Hitchock o Jacques Tourneur, cineastas a los que el japonés admira de forma reverencial. En ‘La mujer del espía’, el director de ‘Tokyo Sonata’ viaja al pasado, hasta el Japón de la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo aparente de construir un thriller de espionaje con costuras de serie B americana: tono intimista, preponderancia de escenarios interiores, drama de personajes y un juego permanente con el fuera de campo narrativo y visual. La historia que cuenta la película parece simple –una mujer va descubriendo poco a poco la implicación de su marido en la denuncia de los horrores cometidos por el ejército japonés en la guerra–, pero como todo buen film de espías la trama se sostiene gracias a un juego de apariencias y engaños. Un relato que Kurosawa sabe mantener en el ámbito de lo comprensible sin por ello simplificar la odisea emocional e ideológica que viven los protagonistas.

Para comprender la riqueza de recursos de la que hace gala Kurosawa en ‘La mujer del espías’, es necesario atender al modo en que el director japonés sitúa en el corazón de su película el propio acto de creación cinematográfica. El personaje del marido aparece recubierto de un interesante halo de misterio (nunca acabamos de conocer en detalle cuál es su profesión), pero no cabe duda de que es un cinéfilo redomado. De hecho, una de sus aficiones es la filmación de películas mudas. En una de las primeras escenas de la película, vemos al personaje de la esposa abriendo una caja fuerte y, a los pocos segundos, descubrimos que lo que parecía una escena “normal” es en realidad la filmación de una de las películas amateur del marido, donde la esposa encarna a una ladrona enmascarada. Este juego de ficciones dentro de ficciones, además de la máscara de la esposa, ponen de manifiesto, ya desde el principio, el juego de mentiras y simulacros que estamos a punto de contemplar. Además, la propia lata de película se convierte en un elemento central de la historia. Como si se tratara de un Macguffin salido del cine de Hitchcock, la lata de celuloide se convertirá en un objeto perseguido y deseado por los personajes. Todo esto convierte ‘La mujer del espía’ en una obra eminentemente autorreflexiva, donde el ejercicio de memoria histórica se hermana a la perfección con la disección de los mecanismos del cine.

Por último, hay que destacar la valentía con la que Kurosawa afronta las atrocidades cometidas por el bando japonés en la Segunda Guerra Mundial, algo que sigue siendo un tabú en la sociedad nipona. Siguiendo la estela de películas como el documental ‘The Emperor’s Naked Army Marche On’ de Kazuo Hara y de films como ‘Nobi (Fires on the Plain)’ del cineasta independiente Shinya Tsukamoto, Kurosawa aborda de manera frontal la cara más siniestra del papel que jugó la comunidad científica japonesa durante la guerra. Barbaries que, dentro del film de Kurosawa, y como no podía ser de otra manera, se destapan gracias a unas filmaciones conseguidas a espaldas del oficialismo (unas filmaciones que, en la ficción, amenazan con cambiar el rumbo de la guerra). De esta manera, afrontando sin miedo las heridas de la nación japonesa, y entrecruzando las herencias del Hollywood clásico y de Kenji Mizoguchi (su trabajo con lo fantasmal y con el drama femenino), Kurosawa nos regala la que es sin duda una de las mejores películas vistas en el Festival de Venecia de 2020.

la mujer del espía
A Contracorriente