Hace ya catorce años, Darren Aronofsky ganó el León de Oro de la Mostra de Venecia por 'El luchador', película que reseguía el tortuoso viacrucis del personaje de Randy “The Ram” Robinson, una vieja estrella del wrestling que intentaba reconectar con una hija abandonada mientras se autodestruía sobre el cuadrilátero a golpe de acrobáticos puñetazos y patadas. Además de coronar al cineasta estadounidense, 'El luchador' supuso el retorno pletórico (aunque efímero) de Mickey Rourke a la primera división actoral: un resurgir que le hizo acariciar el Oscar de Hollywood. Ahora, con 'The Whale', Aronofsky parece querer repetir la jugada de éxito con un escabroso drama familiar en el que Brendan Fraser, condenado durante años al ostracismo, entrega una de esas actuaciones que cautivan a la Academia del cine yanqui. Aunque, en esta ocasión, el protagonista del filme no se autoflagela propinando y recibiendo mamporros, sino que castiga su cuerpo mediante la ingesta desmedida de comida basura.

En 'The Whale', Fraser da vida a Charlie, un solitario profesor de escritura que pesa más de 250 kilos y cuyos excesos bulímicos le sitúan al borde de la muerte. Charlie recibe cada día la visita de Liz (Hong Chau), una resolutiva enfermera que le ayuda a sobrellevar la precariedad de su condición física, aunque su profunda aflicción se enraíza en un tupido tapiz de cicatrices emocionales. Traumatizado por una trágica perdida e intuyendo el final de sus días, Charlie intenta reestablecer el vínculo con su hija de 17 años, Ellie (Sadie Sink, la Max Mayfield de 'Stranger Things'), pero el peso del tiempo perdido se presenta como un lastre difícil de sobrellevar. Esta trama, basada en la obra de teatro homónima de Samuel D. Hunter, transcurre enteramente en el interior del apartamento de Charlie y permite a Aronofsky reincidir en su interés por el trabajo con espacios y situaciones claustrofóbicas, algo que traslucía en films como 'Réquiem por un sueño' o 'The Mother', aunque cabe decir que en esta ocasión el director neoyorkino se desmarca de la experimentación formal para abrazar una puesta en escena más clásica, más ortodoxa.

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Si, en el apartado estético, Aronofsky muestra en 'The Whale' su cara más contenida, en el aspecto dramatúrgico el director de 'Cisne negro' va en busca de los extremos. El proceso autodestructivo del protagonista se presenta como un festín grotesco de arritmias, ahogos, atracones salvajes, caídas inoportunas y una inmovilidad lacerante, aunque, como se ha apuntado, el mayor dolor de Charlie radica en su corazón. Pese a ser una persona afable y ostentar un positivismo encomiable, este hombre obeso parece tocado por la fatalidad, algo que Aronofsky acentúa invitando a la mayoría de los personajes a tratarlo con menosprecio; incluso aquellos que le aprecian caen en la desconsideración guiados por el auto-odio que el protagonista acarrea a sus espaldas.

En su relación con los demás, las palabras que más acuden a los labios de Charlie son “lo siento”. La culpa y la búsqueda de la redención son los grandes temas de la obra de Aronofsky y 'The Whale' no es una excepción. La referencia a una perversa congregación conocida como New Life, que promete una salvación ante el inminente fin de los días, parece distanciar a Aronofsky de su habitual interés por las parábolas cristianas. Sin embargo, a la hora de destapar el fondo moral e ideológico de su nueva plegaria fílmica, el director de 'Noé' vuelve a echar mano de la fe en el prójimo y la idea de la conquista de una cierta luz (o elevación existencial) a través del sacrificio.

Más allá de su ruidoso despliegue dramático, 'The Whale' llama la atención por el trabajo de Brendan Fraser, que desde las profundidades de un aparatoso maquillaje prostético (a la manera del Gary Oldman de 'La hora más oscura'), consigue componer un personaje que navega entre el pozo del desconsuelo, la bonhomía y la expresión de una ternura genuina. Lástima que el potencial de complejidad de su personaje –un hombre bueno y cariñoso que fue capaz de abandonar a su hija a los ocho años– se vea lastrado por un guion empeñado en enfatizar su dimensión beata. Con un temperamento más próximo al tremendismo que a la observación mesurada, 'The Whale' camina hacia la luz dejando por el camino una estela de dolor y gloria.

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Manu Yáñez es periodista y crítico de cine y está especializado en cine de autor, en su acepción más amplia. De chaval, tenía las paredes de su habitación engalanadas con pósteres de ‘Star Wars: Una nueva esperanza’ de George Lucas y ‘Regreso a Howards End’ de James Ivory, mientras que hoy decora su apartamento con afiches de los festivales de Cannes y Venecia, a los que acude desde 2003. De hecho, su pasión por la crónica de festivales le cambió la vida cuando, en 2005, recibió el encargo de cubrir la Mostra italiana para la revista Fotogramas. Desde entonces, ha podido entrevistar, siempre para “La primera revista de cine”, a mitos como Clint Eastwood, Martin Scorsese, Angelina Jolie, Quentin Tarantino y Timotheé Chalamet, entre otros.

Manu es Ingeniero Industrial por la Universitat Politécnica de Catalunya, además de Máster en Estudios de Cine y doctorando en Comunicación por la Universitat Pompeu Fabra. Además de sus críticas, crónicas y entrevistas para Fotogramas, publica en El Cultural, el Diari Ara, Otros Cines Europa (escribiendo y conduciendo el podcast de la web), la revista neoyorkina Film Comment y la colombiana Kinetoscopio, entre otros medios. En 2012, publicó la antología crítica ‘La mirada americana: 50 años de Film Comment’ y ha participado en monografías sobre Claire Denis, Paul Schrader o R.W. Fassbinder, entre otros. Además de escribir, comparte su pasión cinéfila con los alumnos y alumnas de las asignaturas de Análisis Fílmico de la ESCAC, la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña. Es miembro de la ACCEC (Asociación Catalana de la Crítica y la Escritura Cinematográfica) y de FIPRESCI (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica), y ha sido jurado en los festivales de Mar del Plata, Linz, Gijón, Sitges y el DocsBarcelona, entre otros. 

En el ámbito de la crítica, sus dioses son Manny Farber, Jonathan Rosenbaum y Kent Jones. Sus directores favoritos, de entre los vivos, son Richard Linklater, Terence Davies y Apichatpong Weerasethakul, y su pudiera revivir a otros tres serían Yasujirō Ozu, John Cassavetes y Pier Paolo Pasolini. Es un culé empedernido, está enamorado de Laura desde los seis años, y es el padre de Gala y Pau.