Desde que hace ya más de un año el movimiento #MeToo revolucionase los cimientos del patriarcado ‘hollywoodiense’ y sus múltiples casos no resueltos de abuso sexual, nada ha sido lo mismo. Y ya era hora de que así fuese. Nombres célebres como los de Kevin Spacey, Brett Ratner, Jeffrey Tambor y, claro está, Harvey Weinstein han sido puestos en la palestra por haber utilizado su poder no sólo para acosar a decenas de mujeres (y niños), sino también para silenciarlos. El ecosistema de cambio que ha vivido nuestra sociedad en los últimos meses ha permitido que escuchemos los relatos de las víctimas que no conocíamos, aunque aún hay alguno que hace tiempo que venía escapando del escarnio en el sector. Hasta, parece ser, la semana pasada.

Roman Polanski ha sido un caso excepcional. Al contrario que Woody Allen -sobre el que pesan muchas dudas, pero nunca ha sido condenado por la justicia-, el cineasta franco-polaco es un pederasta declarado y convicto, sobre el que aún pesa una orden de arresto en los Estados Unidos, motivo por el cual lleva cuarenta años refugiado en Europa. Con este sentido de la justicia y el honor de Hollywood, ¿cómo es posible que le hayan mantenido como miembro de su Academia, e incluso haberle premiado en sus Oscars? Algo así, hoy, sería impensable. Lo personal ya no es privado, y menos si se refiere a un caso claro de abuso.

La memoria es poder, así que toca recordar. No olvidemos lo que acarrean las espaldas de Polanski, porque quizás el peso propio del tiempo acabe borrando el que ha sido uno de los casos más avergonzantes de la industria del cine.

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HISTORIA DE UN PEDERASTA REINCIDENTE

Para cuando cometió uno de los grandes errores de su vida en 1977, Polanski ya era un imprescindible del cine contemporáneo, además de una personalidad con una vida tan trágica como fascinante. Su madre murió durante el Holocausto, en el campo de concentración de Auschwitz, mientras él, con tan sólo 13 años, intentaba sobrevivir al genocidio perpetrado por el III Reich de Adolf Hitler. Años después aterrizó en Hollywood, donde firmó dos de las películas más célebres de la época -’La semilla del diablo’ (1968) y ‘Chinatown’ (1974)- y formó con la actriz Sharon Tate una pareja célebre. La tragedia volvió a golpearle pronto: Charles Mason y su secta se colaron en su casa y asesinaron a una embarazada Tate en agosto de 1969. A sus 36 años, Polanski había tenido una vida de lo más intensa.

Pero lo realmente determinante estaba aún por llegar. El cineasta había aceptado un trabajo como fotógrafo en el que tenía que retratar a una serie de niñas. Entre ellas se encontraba Samantha Gailey, una joven de 13 años a la que llevó a la casa de su amigo Jack Nicholson -él no estaba en ese momento- para hacer unas fotos interiores. Según el relato de la víctima, después de la sesión, Polanski le ofreció champagne y la drogó con un sedante para forzarla a tener sexo. A pesar de expresarle repetidas veces que quería irse a casa, el cineasta continuó con sus intenciones y acabó violándola vaginal y analmente, así como practicándole sexo oral. Aunque le pidió que no contase nada de su encuentro, la niña habló, y su madre llamó a la policía. Al día siguiente, Polanski fue detenido, y ahí comenzó su periplo con la justicia.

Aunque al principio alegó que había sido sexo consentido, fue acusado de seis crímenes, incluyendo sodomía, sexo con una menor y violación con uso de drogas. Reconoció solo uno de ellos para reducir su condena, y lo volvió a reconocer, ahora por completo, en sus memorias -‘Roman’ (1984)-, donde detallaba el encuentro de una forma cuanto menos ‘lolitesca’. Fue condenado a noventa días de evaluación psiquiátrica, pero la abandonó a los 42 días. El juez ordenó que finalizase el periodo en prisión, pero Polanski abandonó el país, convirtiéndose en un criminal en busca y captura en Estados Unidos. No ha vuelto a pisar suelo norteamericano, ni siquiera para recoger su Oscar a Mejor Director por ‘El pianista’ en 2003 y escuchar este sonoro aplauso de la élite ‘hollywoodiense’:

Quizás se pueda pensar que, pasado el tiempo, no estaba mal darle una segunda oportunidad u olvidar parcialmente sus delitos y su fuga de la justicia estadounidense. Habían pasado más de 25 años. Pero es que ni así se justifican los académicos: también fue nominado a Mejor Director por ‘Tess’ en 1981, ¡sólo tres años después de la condena! El caso Polanski ha estado plagado de la más que notoria hipocresía.

Ante la posibilidad de atenuar sus crímenes alegando que había sido un caso aislado, otras víctimas se alzaron en contra del cineasta en los años posteriores: tres mujeres denunciaron haber sido violentadas por el cineasta cuando eran adolescentes. La primera, la actriz Charlotte Lewis, habló en 2010; las otras, el año pasado. Una de las últimas declaró en una entrevista con Deadline que contó su caso, después de tantos años, porque le enfureció la noticia de que Gailey iba a pedir al juzgado de Los Angeles que archivase la causa contra Polanski. “Hablo ahora para que Samantha sepa que no ha sido la única menor que Roman Polanski ha victimizado”, aseguró. No, no parece un caso aislado. Pero el Oscar seguirá en su vitrina.

EXPULSADO DE LA ACADEMIA DE HOLLYWOOD

Unos meses después de esta tercera acusación, la Academia de Hollywood ha tomado por fin cartas en el asunto: tanto Polanski como Bill Cosby, acusado por múltiples mujeres de violación mediante el uso de drogas, han sido expulsados. Son, curiosamente, dos de los casos más claros y sangrantes de la industria. Esos que llevaban décadas danzando en los medios de comunicación y la opinión pública, y todo ese tiempo han tardado en sacarlos fuera de su tan prestigiosa institución. A pesar de que en 2003 le aplaudieron y vitorearon. A pesar de no hubo ni un solo momento en que le dieron la espalda para condenar sus crímenes. Y, no lo duden, este último revés ha sido gracias al movimiento feminista.

A pesar de todo, a sus 82 años, Polanski ha anunciado que tomará medidas contra la Academia por esta acción, porque, dice, se merece un proceso justo. Quienes en otros años más permisivos le apoyaron, desde Martin Scorsese hasta -cómo no- Harvey Weinstein, ahora callan. El tiempo en que Hollywood estaba dispuesto a permitir y premiar estos comportamientos se ha terminado, al menos públicamente. ¿Corrección política? Quizás mejor llamémoslo decencia. Sus películas seguirán formando parte importante de la historia del cine, porque su calidad es innegable, pero seguir rindiendo pleitesía a su autor parece algo aberrante en nuestro presente.

La pregunta es: ¿podremos perdonarle alguna vez? ¿Debemos? Cada uno que tome sus propias decisiones. La Academia, desde luego, ya lo ha hecho.

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