Nunca fue una princesa, y ni falta que le hizo. Mulán inició hace ya dos décadas su propia categoría en Disney: la de la princesa guerrera. Una joven que, en lugar de dar honor a su familia con un matrimonio ventajoso y un maquillaje bien puesto, decidió cortarse la melena y alistarse al ejército haciéndose pasar por un hombre. ¿Para salvar a su padre? Claro, pero no era el único motivo: Mulán también quería probarse a sí misma -y al mundo- que podía ser algo más que un florero. Y, de paso, que la feminidad y la masculinidad, como identidades de género disociadas del sexo, pueden convivir en un mismo cuerpo.
Aunque habitualmente infravalorada en el legado de Disney, quizás por no llevar corona, Mulán se ha convertido en un icono feminista. No es uno perfecto, aún atado a ciertos estereotipos y bañado con la comercialidad del cine infantil de la compañía, pero sus transgresiones son indiscutibles. Y son muchas. Analizamos por qué, veinte años después, la guerrera china sigue inspirándonos.
EL ORIGEN Y EL FEMINISMO
Probablemente pocos sepan que la historia de Mulán no es una invención de Disney, sino una historia bien clásica. De hecho, se remonta alrededor de los siglos V y VI, en la época de los Tres Reinos. En algún punto de aquella etapa empezó a correr la voz de una historia que después se convertiría en leyenda, y más tarde en poemas, obras de teatro y película de Disney. Es el recorrido natural. El mito del personaje se tituló La balada de Hua Mulan, que durante toda su historia se ha ido reescribiendo manteniendo una misma historia, que, claro, no se aleja demasiado de la del filme de 1998.
La historia comienza con Mulán lavando ropas en el río, cuando escucha que el ejército está reclutando nuevos soldados. Su padre, Huan Hu, podría ser uno de ellos. Para salvarle decide alistarse ella misma haciéndose pasar por un hombre, llevándose con ella la espada ancestral de su familia. La joven luchó con el ejército chino durante más de una década, y se convirtió en una de las más destacadas guerreras. Aunque, como en la película, no aceptó nunca las recompensas de sus méritos y, además, se enamoró de un oficial, Jin Yong. La leyenda cuenta que, un día, Mulán decidió presentarse en el campo de batalla con ropas de mujer para revelar por fin a sus compañeros su verdadera identidad.
Contra todo pronóstico, la reacción de los soldados fue de admiración y respeto. Ser una mujer no cambiaba todos esos años en los que demostró una valentía y sabiduría fuera de lo común. No obtuvo rechazo, sino que les insufló coraje para la siguiente batalla. Al acabar, rechazó de nuevo los ofrecimientos del mismísimo emperador, y sólo pidió un caballo para volver a casa. A partir de aquí, la heroica historia se enturbia: al regresar descubre que su padre ha muerto. La tristeza por la pérdida y los traumas de la guerra la van consumiendo, hasta que, según la historia clásica, decide suicidarse. No es un final idóneo para una película para niños, ¿verdad?
Disney cogió esta historia y la convirtió en un éxito comercial, no sin antes quitarle el dramatismo final y añadirle un poco de comedia a través de unos secundarios icónicos. Pero, ¿por qué esta historia? ¿Por qué en 1998? No es baladí que aquella década fuese la de la tercera ola del feminismo, un nuevo empuje a un movimiento que llevaba más de un siglo luchando por los derechos de las mujeres. En esta época, precisamente, destacaron dos debates cuya influencia acabaremos viendo reflejada en las imágenes de la película: la necesidad de más mujeres en puestos de responsabilidad y poder, así como en las profesiones tradicionalmente masculinas que poco a poco se abrían a una mayor diversidad, y, sobre todo, a las teorías elaboradas por Judith Butler sobre las diferencias entre género y sexo. La teórica feminista argumentaba que el género -lo femenino, lo masculino- es algo performativo y no anclado a ser físicamente hombre o mujer. Adentrándonos en los entresijos de la película veremos como esto se convierte, de forma sutil, en una cuestión imprescindible.
LA MUJER PERFECTA
“Sé cuál es mi lugar. Es hora de que aprendas el tuyo”, le dice el patriarca de los Fa a su hija Mulán, que acaba de explotar de rabia durante la cena por ver cómo, aún cojo y anciano, ha aceptado la llamada del ejército. Cómo ha firmado su sentencia de muerte. El lugar de la mujer, implica esa advertencia del padre, está en casa, haciendo las tareas domésticas y buscando un buen marido. Ya se nos describía al inicio del filme cómo ha de ser esa mujer perfecta que traerá honor a la familia. En la canción Honra nos darás se escucha:
Debes ser muy cortés. Calma. Obediente. No des traspiés. Buenos modos y la talla tres.
Lamentablemente, Mulán no es así. No hacen falta demasiadas escenas para darse cuenta de que tiene las manos de mantequilla, es una cochina cuando come y se pasa el día soñando despierta. Es una joven con la que identificarnos, porque su problema es el de cualquier post-adolescente: aún no sabe quién es. La canción Reflejo ahonda en esto:
¿Quién es la chica que veo aquí tras de mí? Guarda el mal reflejo de alguien que no soy.¿Qué tengo que intentar? ¿Cuánto habrá que ocultar? Es la imagen que alguien vio, no es la realidad.
Como veremos, las canciones son un vehículo indispensable para los mensajes que lanza la película. En este primer punto de inflexión para la protagonista podemos recurrir a las teorías de Butler, que separan el género del sexo. Mulán no quiere someterse a lo que la sociedad ha marcado para las mujeres. A cómo se visten, cómo andan o cómo se maquillan. “Es la imagen que alguien vio [el patriarcado], no es la realidad”. Esa escena es muy potente gracias, en parte, al reflejo que ve en el espejo, y en el que no se reconoce. Se despinta media cara -con asombrosa eficacia, sin toallita ni nada- y nos regala una imagen cargada de fuerza metafórica: tradicionalmente, las mujeres han tenido que esconder bajo los roles sociales, bajo el maquillaje y los tacones altos, quiénes son de verdad. Sin embargo, como aprenderemos, hay que luchar por esa libertad identitaria.
La protagonista prueba falsa esa teoría de que la única manera de traer honor a la familia es casándose bien. Mulán nos enseña que el valor también trae honor, y no es algo exclusivo de los hombres. Nos enseña que las reglas, si son injustas y patriarcales, hay que romperlas. En aquella época (y, en algunos sectores, aún hoy), se argumenta que las mujeres no sirven para ciertos trabajos. Esto se desmonta en el campamento militar, donde comprobamos que, aunque ella sigue siendo tan torpe como siempre, no es la única. Porque, y ahí está el mensaje, todos necesitamos el aprendizaje, independientemente de lo que tengamos entre las piernas. Con un poco de entrenamiento y motivación, Mulán se pone rápidamente a la altura de cualquiera. ¿Moraleja? Las mujeres no son más débiles que los hombres, no son inferiores ni incapaces de hacer lo que ellos hacen. Sólo necesitan las mismas oportunidades para demostrarlo.
Además, hay algo muy interesante en Mulán, y es que no ha de renunciar a su feminidad para abrazar su masculinidad. En ella pueden convivir ambas, y no pasa nada. Nos dice a su manera que el maquillaje y los vestidos no son inferiores a las espadas y los escudos, sólo diferentes. Que lo femenino no es inferior a lo masculino: es igualmente útil cuando la situación lo requiere, y si conlleva suficiente inteligencia para darle uso. Al final de la película, después de pasar un tiempo aprendiendo las técnicas de combate junto a los hombres, Mulán debe volver a lo que rechazaba al inicio de la película para salvar al emperador. Y acaba haciéndolo ella sola con un pai pai. CON UN PAI PAI, SEÑORES. Sin obviar esa maravillosa lectura freudiana que podemos hacer al ver un objeto fálico atravesar un abanico en forma de uve, que lo atrapa hasta perder su posesión.
[Nota apreciativa: ¿alguna vez os habéis fijado en, cuando Shang se quita la camiseta por primera vez, la cara que pone Mulán? La primera vez que veo a una “princesa” Disney mirar a un hombre como si se le hubieran caído las bragas. QUEEN]
SHANG Y LA MASCULINIDAD
Es tan importante hablar de feminismo como de masculinidad. Y en Mulán hay mucha tela que cortar. Aunque las interpretaciones siempre serán subjetivas y cuestionables, parece bastante evidente que todo el apartado de entrenamiento militar -especialmente las dos canciones que lo ocupan- es una parodia encubierta de lo que significa ser un hombre. Y, como decíamos, de que ese concepto de masculinidad puede ser adoptado también por una mujer. Esto no va de penes.
El personaje masculino más importante, evidentemente, es el oficial Shang, el entrenador del escuadrón e interés romántico de Mulán. Él abraza todas las características de la masculinidad tradicional: tiene una musculatura imponente, un alma de líder, una tenacidad admirable y un problema emocional no resuelto con su padre. “Pasión, deber, valor, virtud”. Sin embargo, en la película también le vemos soportar la presión del cargo, sentir inseguridad sobre sus actos, mostrar simpatía hacia sus subordinados y, muy al final, aceptar la superioridad intelectual de una mujer. Cuando se deshace de sus prejuicios, azuzados por quedar mal delante de su tropa, la escucha de verdad. La sigue, la ayuda y se pone nervioso ante ella y su poderío. Shang, feminista. Y, eh, no pasa nada. El personaje realiza un viaje importante, que muchas veces nos pasa por alto al ver la película. Es comprensible: cómo no quedarnos cegados por el temazo que es Voy a hacer un hombre de ti.
El trío dinámico es otro cantar. El momento más destacado de Chien-po, Ling y Yao lo vemos en la canción Mi dulce y linda flor, donde exhiben lo que ellos entienden que debe ser la feminidad. Esto es: cocinar bien, estar muy buena y morirse de admiración por la fortaleza del hombre. Debemos notar que, siendo tres personajes cómicos llevados al absurdo desde el primer minuto que aparecen, esta canción no glorifica su opinión: la parodia. Es algo que confirmamos con más contundencia cuando le toca a Mulán -bueno, Ping- decir su frase en la canción. ¿Cómo es la mujer perfecta? “Cabeza aguda y gran saber, juiciosa para hablar”, responde. Obviamente, ellos lo desechan, pero no hay duda de quién de los dos bandos tiene más credibilidad ante los ojos del espectador. Es una crítica, comprimida en el verso de una canción, como quien no quiere la cosa. Es brillante.
Más allá de los casos concretos, de los personajes cuya visión de la masculinidad y la feminidad se nos presenta con más claridad (exceptuando el villano, Shan Yu, que es completamente unidimensional), casi todos los hombres en Mulán aprenden y comparten. Incluso adoptan los elementos tradicionales de la feminidad -¡y se travisten!- para seguir el plan de su compañera. No son tan bravos como pueden parecer al principio, y, desde luego, no son ni mejores ni peores que una mujer. Todos necesitamos entrenar un poco antes de salvar China.
MULÁN NO ES PERFECTA, NI FALTA QUE HACE
Efectivamente, hay críticas que se le pueden hacer a Mulán. Hay quien no ha leído la ironía en las letras de sus canciones y considera que perpetúa que los hombres tienen que ser fuertes y valerosos. Quizás también piensen que Jane Austen alentaba a las jóvenes de la época a casarse porque es una verdad universalmente reconocida que eso es lo que todas deben querer. La magia de las sutilezas. Ahora en serio: lo que realmente reivindica la película de Disney no es la fuerza, sino la inteligencia. Todas y cada una de las situaciones de peligro que se le presentan a los protagonistas deben resolverse con astucia e ingenio. Por ejemplo, cuando la tropa intenta alcanzar la flecha al final del poste dejándose las uñas o derribar la puerta del palacio con una estatua gigantesca. Más vale maña que fuerza.
Efectivamente, Mulán es muy revolucionaria a su manera, aunque pueda quedarse corta en algunas de sus transgresiones. Al final, esto es una película Disney destinada a la infancia. Y, pese a quedarse cómodamente en este terreno, su heroicidad consiste en lanzar un mensaje de empoderamiento femenino a las niñas que habían identificado siempre la feminidad con perseguir hombres (La Sirenita), esperar a que lleguen para salvarte de todos tus problemas económicos (Cenicienta), aceptar la tarea de cambiarles si son agresivos (La bella y la bestia) o simplemente ser princesas que esperan (La bella durmiente). Por fin, se les dice que la feminidad no sólo tiene una cara, que se pueden ser fuertes, guerreras y valientes, y seguir teniendo un interés romántico. ¡Cayó el mantra contra la segunda ola del feminismo que dijo que todas eran feas y sin depilar! El asunto del romance cobra más importancia que nunca: no es algo fruto de la belleza innata de las anteriores princesas, de las que se enamoraron a primera vista, sino una relación que se construye sobre la admiración de Shang hacia Mulán.
Ya han pasado 20 años, y esta historia no ha envejecido ni un día. ¿Icono feminista? Cada uno que la llame como le plazca, pero sus conexiones con las teorías de género son indiscutibles. Más allá de eso, es curioso saber que en China sigue siendo, más que en cualquier otro lugar, un símbolo de esperanza e inspiración. Quizás su historia sí fuese real después de todo. Quizás Hua Mulan no es producto de las ficciones épicas de la época, y sí existió hace ya cerca de dieciséis siglos. Realmente, no importa demasiado: es y seguirá siendo un símbolo de rebelión, valentía y maestra del pai pai.

Mireia es experta en cine y series en la revista FOTOGRAMAS, donde escribe sobre todo tipo de estrenos de películas y series de Netflix, HBO Max y más. Su ídolo es Agnès Varda y le apasiona el cine de autor, pero también está al día de todas las noticias de Marvel, Disney, Star Wars y otras franquicias, y tiene debilidad por el anime japonés; un perfil polifacético que también ha demostrado en cabeceras como ESQUIRE y ELLE.
En sus siete años en FOTOGRAMAS ha conseguido hacerse un hueco como redactora y especialista SEO en la web, y también colabora y forma parte del cuadro crítico de la edición impresa. Ha tenido la oportunidad de entrevistar a estrellas de la talla de Ryan Gosling, Jake Gyllenhaal, Zendaya y Kristen Stewart (aunque la que más ilusión le hizo sigue siendo Jane Campion), cubrir grandes eventos como los Oscars y asistir a festivales como los de San Sebastián, Londres, Sevilla y Venecia (en el que ha ejercido de jurado FIPRESCI). Además, ha participado en campañas de contenidos patrocinados con el equipo de Hearst Magazines España, y tiene cierta experiencia en departamentos de comunicación y como programadora a través del Kingston International Film Festival de Londres.
Mireia es graduada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y empezó su carrera como periodista cinematográfica en medios online como la revista Insertos y Cine Divergente, entre otros. En 2023 se publica su primer libro, 'Biblioteca Studio Ghibli: Nicky, la aprendiz de bruja' (Editorial Héroes de Papel), un ensayo en profundidad sobre la película de Hayao Miyazaki de 1989.