Pasan los años y Spike Lee sigue cabreado. Lo sigue estando porque, como demuestra en el epílogo de ‘Infiltrados en el KKKlan’, su última película, aún queda mucho por hacer. Se cumplen 31 años de una de sus películas esenciales, quizás la que más le define como cineasta y activista. Era 1989, y un personaje llamado Smiley se dedica a recordar a Malcom X y Marthin Luther King porque “ambos ya están muertos pero aún hay que seguir luchando”. En 2019, esta frase sería igual de cierta. Ya sabemos el cabreo que tiene Spike Lee con ‘Paseando a Miss Daisy’ o ‘Green Book’. Ambas películas de tramas raciales le ganaron en los Oscar, pero no solo eso. Las dos son una buena muestra del cómodo manifiesto racial que asimila Hollywood y el gran público. Dirigidas por blancos acaban transformando la injusticia en simpáticos gags con pequeños giros dramáticos, haciendo al público cómodo participante de esa inerte protesta racial. Son el dicho “cambiar algo para que nada cambie” hechos película. El cine de Spike Lee es todo lo contrario y ‘Haz lo que debas’ es la mejor muestra de ello. Por eso 30 años después sigue siendo una obra controvertida, incómoda y compleja, porque tres décadas después sigue teniendo efecto.

Con la energía ilimitada del movimiento de Rosie Perez (a la que Spike Lee fichó al verla bailar en una discoteca poco antes del rodaje de la película) al son del Fight the Power de Public Enemy, transcurren los openings credits más contundentes de la historia del cine. Después, todo parece relajarse y amanecemos, en plena ola de calor, junto a los habitantes de un barrio desfavorecido de Brooklyn. Nos da los buenos días el radiofónico señor Love Daddy (Samuel L. Jackson), mientras vamos conociendo, uno por uno, a los habitantes más pintorescos de este barrio de mayoría afroamericana, minoría puertorriqueña, una tienda coreana y una pizzería italoamericana. El protagonista es nada menos que Spike Lee. El cineasta presta su cuerpo menudo enfundando en anchas ropas deportivas a Mookie, el relajado repartidor de la pizzería de Sal (Danny Aiello) y sus hijos Vito (Richard Edson) y Pino (John Turturro).

Lee no habla de situaciones extraordinarias, tampoco de extremos. Su relato de un día en la vida de este barrio parece transcurrir con total normalidad. Sal vende porciones de pizza y racanea con el queso, Pino se mete con su hermano y derrocha odio racial, el Radio Raheem de Bill Nunn lleva su poderoso estéreo con el volumen a tope a todos lados, los puertorriqueños se enfrían con una cerveza mientras escuchan salsa, el sabio borrachín Da Mayor (Ossie Davis) demuestra por qué le respetan en el barrio, los jóvenes se meten unos con otros y hacen alguna gamberrada sin importancia. Rita (Rosie Pérez) intenta sacar a Mookie de su inacción vital para que de una vez por todas se ocupe del hijo que tienen en común. En resumen, Spike Lee no recurre al habitual recurso de enfrentar a un único blanco con un único negro para hacer chocar dos estereotipos y dar su mensaje. Tampoco necesita meter a uno en el terreno del otro para denunciar “sus diferencias”. Le basta con filmar un barrio, gente de todo tipo, más o menos simpática y más o menos admirable. Con eso, sin forzar ni dar nada masticado a ningún público comodón, tiene de todo. Desde la batalla sonora de Radio Raheem y su Fight the Power contra la Salsa de los puertorriqueños, los vagos cuarentones envidiando la tienda de los recién llegados coreanos o el placer de Sal por haber alimentado durante dos décadas a miembros de una raza que su hijo ha acabado odiando.

Por encima de todo planean las dos grandes figuras del activismo afroamericano. Martin Luther King y Malcom X se dan la mano, sonrientes, en una foto que Smiley (Roger Guenver Smith) vende por donativos activistas. Ambos están ya muertos pero el barrio de la película es una muestra del apartheid racial que sigue existiendo en EEUU. Pino quiere irse del barrio afroamericano para poner una pizzería en el suyo, de italoamericanos. Pero, lógicamente, allí ya hay muchas.

Lee no filma estereotipos ni denuncia situaciones concretas. No monta su obra a través de escenas donde al protagonista le impiden ir a un baño o comer en cierto restaurante. Lee abraza la diferencia racial, porque también es cultura. Va más allá de decir que todos deberíamos ser iguales ante la ley para preguntarse por la coexistencia de diferentes pueblos divididos por mucho más que el color de la piel. Sus respuestas, por tanto, son mucho más complejas. Quizás ni siquiera sean respuestas, solo preguntas. No hay personajes ideales, hay humanos que se equivocan y otros que hacen lo correcto. Y en la mayoría de veces no sabemos cuál es cual.

haz lo que debas spike lee
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Aunque parecía un día cualquiera, al final todo explotará contra la pizzería de Sal. Mientras que Radio Rahemm está cabreado con él por hacerle apagar su radio, Buggin Out (Giancarlo Esposito) le reclama enérgico que, si todos sus clientes son “hermanos”, debería de poner en su muro de la fama alguno. Así, una estupidez como es la de sustituir una foto de Al Pacino por Michael Jordan cobra el valor de lucha cultural. No hay grandes razones, tampoco buenos o malos, solo hay una pelea en la que la policía (blanca) ahoga sin querer al personaje de Bill Nunn intentando sujetarlo. Llega el momento en el que Mookie inicia la destrucción y el asalto del local de Sal. Al final, Smiley deja como única foto en la pared la de Malcom X y Luther King. Al día siguiente, entre Mookie y Sal no parece haber grandes resentimientos y el Love Daddy de L. Jackson pincha una canción en honor al “chico que falleció por una radio”. Lee, por su parte, le dedica la película a varias víctimas de la violencia policial y cierra con dos citas esenciales que demuestran la contradicción que forma la ideología de los dos grandes iconos del activismo afroamericano.

La violencia para conseguir justicia racial es absurda e inmoral. Absurda porque es una espiral que conduce a la destrucción. La antigua ley del ojo por ojo deja a todos ciegos. Es inmoral porque busca humillar al oponente, en vez de intentar comprenderle. Busca aniquilar en vez de convertir. La violencia es inmoral porque se nutre de odio y no de amor. Destruye la comunidad y hace imposible la hermandad. Hace que la sociedad se abandone a un monólogo en vez de al diálogo. La violencia acaba fracasando. Crea amargura en los supervivientes. Martin Luther King
Creo que hay mucha gente buena en EE.UU. pero también hay mucha gente mala, que parecen tener todo el poder, y que impiden que tú y yo consigamos aquello que necesitamos. Debido a esto, debemos preservar el derecho de hacer lo necesario para acabar con esta situación. Esto no significa que yo apoye la violencia, pero no estoy en contra de utilizarla en defensa propia. Si es en defensa propia, no la llamo violencia. La llamo inteligencia. Malcolm X

Spike Lee no se pone de un lado ni de otro, no juzga, retrata las complejas situaciones sociales que acaban en conflictos absurdos y, probablemente, en una pérdida de vida de lo más estúpida. El cineasta dedica su película a las víctimas de la violencia policial, sí, pero no retrata a los policías como sádicos, sino como parte corriente de nuestra sociedad. Son piezas de un sistema lleno de razas donde el lugar más peligroso del tablero social lo tiene, según Lee, la afroamericana. En los comentarios del DVD Spike Lee destaca que muchos espectadores le han preguntado sí, como reza el título, Mookie “hace lo que debe” al destruir el negocio de Sal. Curioso, destaca Lee, que ningún afroamericano le ha hecho jamás esa pregunta. Explica el director que, en ese momento, Mookie, como todos, está enojado por la muerte de Raheem. Según Lee, los blancos ven un conflicto moral en la decisión de Lee de destruir la propiedad de Sal, mientras que los afroamericanos ni siquiera se plantean comparar la pérdida de un escaparate o un local con la muerte de Raheem.

Pero ese es solo el final, el clímax violento que puntea la denuncia que es toda la película. Lee, como el resto del pueblo afroamericano, se debate entre la actitud de Malcom X y la de Martin Luther King para abordar la lucha racial y la vida en general. Pero, como en esa foto que Smiley pasea por la película en la que ambos se dan la mano, lo hace sin decidirse por ninguna. Lo hace con las dos porque ambas son ya parte indisoluble de la cultura de su pueblo.

En ‘Haz lo que debas’ Mookie mira a cámara para insultar a los italianos, Pino a los afroamericanos, el puertorriqueño Stevie (Luis Antonio Ramos) a los Coreanos, estos a los judíos y el policía caucásico Gary Long (Rick Aiello) insulta a los Puertorriqueños. Un círculo vicioso que no es solo, y perdonad el doble sentido, blanco y negro. En ninguna otra obra de Spike Lee, y posiblemente en ninguna otra película (así, sin más), ha quedado reflejado con tanta contundencia el retrato de una sociedad como la americana, tan multicultural precisamente por ser multirracial. No hay lectura cómoda, no hay conclusiones mascadas ni posturas buenistas. Pero, si nos tenemos que quedar con algo que lo resuma todo, quizás podamos hacerlo con el personaje de Bill Nunn. Y es que Spike Lee y su ‘Haz lo que debas’ son como Radio Raheem, llevando a cuestas y exhibiendo a todo volumen su cultura (en esta caso la música) mientras en un puño lleva la palabra odio y en otra amor. Ambas, eso sí, listas para luchar.

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Headshot of Rafael Sánchez Casademont

Rafael es experto en cine, series y videojuegos. Lo suyo es el cine clásico y de autor, aunque no se pierda una de Marvel o el éxito del momento en Netflix por deformación profesional. También tiene su lado friki, como prueba su especialización en el anime, el k-pop y todo lo relacionado con la cultura asiática. Por generación, a veces le toca escribir de éxitos musicales del momento, desde Bizarrap hasta Blackpink. Pero no se limita ahí, ya que también le gusta escribir de gastronomía, viajes, humor y memes. Tras 8 años escribiendo en Fotogramas y Esquire lo cierto es que ya ha hecho un poco de todo, desde entrevistas a estrellas internacionales hasta presentaciones de móviles o catas de aceite, insectos y, sí, con suerte, vino.  Se formó en Comunicación Audiovisual en la Universidad de Murcia. Después siguió en la Universidad Carlos III de Madrid con un Máster en Investigación en Medios de Comunicación. Además de comenzar un doctorado sobre la representación sexual en el cine de autor (que nunca acabó), también estudió un Master en crítica de cine, tanto en la ECAM como en la Escuela de Escritores. Antes, se curtió escribiendo en el blog Cinealacarbonara, siguió en medios como Amanecemetropolis, Culturamas o Revista Magnolia, y le dedicó todos sus esfuerzos a Revista Mutaciones desde su fundación.  Llegó a Hearst en 2018 años y logró hacerse un hueco en las redacciones de Fotogramas y Esquire, con las que sigue escribiendo de todo lo que le gusta y le mandan (a menudo coincide). Su buen o mal gusto (según se mire) le llevó también a meterse en el mundo de la gastronomía y los videojuegos. Vamos, que le gusta entretenerse.