‘Lo que el viento se llevó’ ya era leyenda antes de estrenarse. Si por aquel entonces ya hubiese sido habitual el uso del término hype, aún sin redes sociales, la espera por esta película hubiese sido la pura definición del término. Tanto es así que el día de su estreno en Atlanta se declaró día festivo. Más allá de adaptar un libro súper ventas por cuyos derechos se pagaron 50.000 dólares (una enorme cantidad para la época) y de conocerse el protagonismo de la oscarizada estrella Clark Gable como Rhett Butler, el principal mérito de fenómeno previo fue el casting para encontrar a Scarlett O’Hara. Pero todo se reduce a otro nombre, el de su mítico productor.
Cuando hablamos de David O. Selznick lo hacemos de uno de los productores más grandes de la historia del cine. Al año siguiente de estrenar la película más exitosa de todos los tiempos y ganar, no solo el Oscar a Mejor Película, sino además otro galardón honorífico por lo que esta producción significaba para el cine, al año siguiente ya estaba subiendo al estrado por otro, el de ‘Rebeca’, tras haber traído a un director inglés (de apellido Hitchcock y de nombre Alfred) a Hollywood.
Hijo de un distribuidor de cine cuya empresa quebró en 1923, Selznick acudió a Hollywood con la sencilla idea de manejar el sistema. En un panorama liderado por las mayors con sus padres fundadores aún en plena forma, puede que su matrimonio con Irene Mayer, hija del mandamás de la MGM Louis B. Mayer, tuviese algo que ver en su imparable ascenso. Pero nada más que su talento explica como en pocos años pasó de ayudante en la MGM a jefe de producciones de la misma, con un intermedio donde trabajó también en Paramount y RKO. En 1936 ya tenía su empresa propia, porque eso de trabajar para productoras con el apellido de otro (aunque ese otro fuese su suegro) no era suficiente. Dicen que tras pagar una cifra récord por los derechos del bestseller, asegurarse a la estrella Gable y a George Cukor (al que hizo debutar años antes) como director, metió a los 12 mejores guionistas que encontró en una habitación con la novela. No saldrían hasta tener el guion definitivo.
Para competir con los titanes, Selznick solo podía depender de su ojo, uno que demostraría comprando los derechos de la novela antes que nadie, también trayendo a Hitchcock de las islas británicas y que se pondría a prueba en su casting para Scarlett O’Hara. Cuentan que en sus años en la RKO, el joven Selznick acudió a pruebas para un musical. Por allí pasó un desconocido Fred Astaire cuya evaluación fue “No sabe actuar. Ligeramente calvo. También baila”. Selznick añadió “pero tiene algo” y RKO dio la bienvenida a la estrella más taquillera de la década de los treinta. El resto, por tanto, es tan historia como polémica fue la elección de Vivien Leigh para el papel más deseado de América. Trabajo por el que, por cierto, cobró cinco veces menos que Gable en más del doble de días de rodaje y la mitad de lo que costaron los derechos de la novela. Pero la historia fue más larga. Selznick supo transformar su bloqueo productivo por no encontrar a la actriz perfecta en todo un espectáculo. Fue el primer casting masivo y abierto de la historia y duró la friolera de dos años que costaron al bolsillo de la producción más de 100.000 dólares. A través de una gira por Estados Unidos, se hicieron pruebas a más de 1.400 mujeres anónimas y a una centena de grandes estrellas de Hollywood. Todas andaban en busca del papel más grande de la historia del cine. ¿Quién interpretaría a esta encantadoramente tozuda sureña de 16 años? Nadie en aquel entonces hubiera podido imaginar la respuesta.
Dicen que Lucille Ball, la futura estrella de ‘I Love Lucy’ quedó tan disgustada por ser rechazada por Selznick que, 15 años después y convertida en la estrella televisiva más grande de los cincuenta, compró y cambió el nombre de los ya decadentes estudios Selznick por ‘Desilu Productions’. Más allá de venganzas servidas frías, en su momento también acudieron Bette Davis y Katherine Hepburn, deseosas de trabajar con Cukor pero rechazadas por su avanzada edad. Por los ojos examinadores de Selznick pasaron Susan Hayward, Lana Turner, Tallulah Bankhead, Joan Crawford, Barbara Stanwyck, Mae West, Joan Bennet y Jean Arthur, entre otras. Algunas llegaron incluso a las pruebas de cámara que hoy nos podemos encontrar en algunos extras de ediciones de la película, repitiendo la mítica escena del corsé o la coqueta declaración de amor a Ashley.
Por allí también pasó Joan Fontaine, que un año después se haría con el estrellato junto a Selznick por ‘Rebeca’ y ganaría el Oscar junto al cineasta inglés poco después con 'Sospecha'. En ese momento, sin embargo, su intención no era otra que la de apuntar su carrera hacia una sensual imagen de femme fatale. Se presentó en un ajustado vestido negro para ser Scarlett. Cuando le dijeron que estaban interesados en ella solo para el papel de Melania Hamilton afirmó “¡Para hacer de pava es mejor que llamen a mi hermana Olivia!”. Olivia de Havilland se haría así, de rebote, con el papel que le dio su primera nominación al Oscar. Fontaine, por su lado, no rechazaría el papel de tímida e inocente joven que le daría la estatuilla dorada al año siguiente con el debut americano de Hitchcock.
El desconcierto por comenzar la producción de una vez era tal que Selznick, poco convencido, se decidió por Paulette Goddard, pareja por entonces de Charlie Chaplin y que ese mismo año protagonizaría 'Mujeres', dirigida por George Cukor. Goddard volvió a las pruebas de cámara para rodar las imágenes que convencieran definitivamente a Selznick de iniciar, dos años después, la producción de ese guion que comenzaba a parecer maldito.
Tanto era el nerviosismo de los medios involucrados que, mientras se hacían las pruebas definitivas a Goddard, la producción comenzó a rodar algunas escenas sin su protagonista. Fue durante el famoso rodaje del incendio de Atlanta, en el que O’Hara es un simple bulto en sombra, donde Selznick recibió a Laurence Olivier, el protagonista de la que sería su siguiente película. El caballero inglés le presentó a la desconocida actriz teatral que sería su mujer las próximas dos décadas, Vivien Leigh.
Que una actriz británica superase el casting por el que habían rechazado a lo más florido de Hollywood, y a casi un millar de jóvenes sureñas, podría convertirse en una gran bola de nieve contra la película. Selznick alargó el asunto e incluso hizo una encuesta para que la gente votase a su favorita entre las finalistas. Su elección, Leigh, obtuvo un solo voto. Aunque no lo sabemos, nos gusta pensar que ese único voto era del propio productor. Los contactos en la prensa de Selznick empezaron a polemizar e indignar al público con la posibilidad de que una actriz yanqui interpretara a su gran mujer sureña. En consecuencia, la posibilidad de que la neoyorkina Paulette Goddard se hiciera con el papel ya no tenía tan buena prensa y la decisión de Selznick era tan esperada que, con que al final se decidiera por alguien, quien fuese, todos estarían contentos.
En ese contexto David O. Selznick anunció a Vivien Leigh como Scarlett O’Hara. Los medios sureños se alegraron de ver que, si no era posible una sureña, el papel no lo interpretaría una yanqui. Los verdes ojos rasgados y la elegante silueta de Leigh inmortalizaron para siempre el gran papel femenino de la historia del cine. Ella ganó un Oscar, como casi todos en la película. Solo Clark Gable vio como le ignoraban. Sabiendo ahora como hizo que despidieran al magnífico Cukor de la dirección por “homosexual” (aunque los rumores apuntan a que el galán temía que la presencia del cineasta diese aire a los rumores de su bisexualidad), no es algo que nos quite el sueño.
Leigh ganaría su segundo Oscar en 1951 por ‘Un tranvía llamado deseo’, y ni siquiera su larga convalecencia y problemas mentales (provocados por la tuberculosis que acabaría con su vida) hizo que dejara de ser una de las grandes presencias teatrales británicas (casi siempre junto a Sir Olivier). Hoy seguimos hablando de uno de los mayores éxitos de la historia del cine cuyo gran problema pasó a ser su mayor mérito. Su tan impecable como sorprendente casting es una de las pocas cosas que no se discute de lo que ahora es, por razones obvias, una polémica cinta. Nadie, eso sí, pone en duda el buen ojo de Selznick. Quizás el productor con más talento de la historia del cine. Aunque nos parezca hoy que descubrir a Fred Astaire, Alfred Hitchcock o Vivien Leigh tenga poco mérito…

Rafael es experto en cine, series y videojuegos. Lo suyo es el cine clásico y de autor, aunque no se pierda una de Marvel o el éxito del momento en Netflix por deformación profesional. También tiene su lado friki, como prueba su especialización en el anime, el k-pop y todo lo relacionado con la cultura asiática. Por generación, a veces le toca escribir de éxitos musicales del momento, desde Bizarrap hasta Blackpink. Pero no se limita ahí, ya que también le gusta escribir de gastronomía, viajes, humor y memes. Tras 8 años escribiendo en Fotogramas y Esquire lo cierto es que ya ha hecho un poco de todo, desde entrevistas a estrellas internacionales hasta presentaciones de móviles o catas de aceite, insectos y, sí, con suerte, vino. Se formó en Comunicación Audiovisual en la Universidad de Murcia. Después siguió en la Universidad Carlos III de Madrid con un Máster en Investigación en Medios de Comunicación. Además de comenzar un doctorado sobre la representación sexual en el cine de autor (que nunca acabó), también estudió un Master en crítica de cine, tanto en la ECAM como en la Escuela de Escritores. Antes, se curtió escribiendo en el blog Cinealacarbonara, siguió en medios como Amanecemetropolis, Culturamas o Revista Magnolia, y le dedicó todos sus esfuerzos a Revista Mutaciones desde su fundación. Llegó a Hearst en 2018 años y logró hacerse un hueco en las redacciones de Fotogramas y Esquire, con las que sigue escribiendo de todo lo que le gusta y le mandan (a menudo coincide). Su buen o mal gusto (según se mire) le llevó también a meterse en el mundo de la gastronomía y los videojuegos. Vamos, que le gusta entretenerse.