En 2016, Ricardo Darín (Buenos Aires, 1957) y su hijo Ricardo ‘Chino’ Darín (San Nicolás de los Arroyos, 1989) leyeron prácticamente a la vez la novela ‘La noche de la Usina’, de Eduardo Sacheri, autor también de ‘El secreto de sus ojos’ (que después fue llevada al cine). Lo hizo cada uno por su lado, sin haberlo comentado antes. “En realidad media Argentina lo leyó, cada libro que publica este autor es un éxito allí”, aclara el Chino. El relato hablaba de una panda de desgraciados que se habían quedado sin nada a causa del corralito de 2001. Estafados por unos corruptos, ya fueran banqueros, políticos o abogados que siguieron forrados cuando ellos perdieron los ahorros de una vida, organizan su venganza. La trama era tan redonda que hizo que cristalizara un plan al que padre e hijo llevaban años dando vueltas: crear su propia productora de cine. La llamaron Kenya Films, después de un viaje familiar por África, y tras más de tres años trabajando, ‘La odisea de los giles’ es el resultado de haberse pringado juntos hasta las cejas.

Habéis optado por cambiar el título original de la novela por uno que les obliga a explicar al espectador no argentino qué demonios es un gil…

RICARDO DARÍN: Lo cambiamos porque la trama está basada en la novela, pero no es igual, así que lo hicimos por respeto. Fuimos viendo la necesidad de hacer cambios, agregar escenas o suprimir otras, que es lo más difícil cuando te has enamorado de un libro. Y por cierto, un gil es un tipo que trabaja y al que es fácil engañar, algo ingenuo, pero buena gente. Lo que en España llamáis un pringado.

CHINO DARÍN: Nos gustaba La odisea de los giles porque hacía alusión a cierto desparpajo que tiene que ver con la intención de potenciar alguna situación ridícula dentro del drama. Y de ahí surgía la comedia. De todas formas, vemos muchas películas de otras nacionalidades con títulos que tampoco entendemos hasta que vemos la trama.

¿Siempre tuvisteis en la cabeza la idea de interpretar ambos?

C. D.: Surgió de manera natural a raíz de haber encontrado esta historia que nos gustaba tanto y que queríamos que fuera el proyecto insignia de nuestra productora. Una vez tomada la decisión de hacerla, empezamos a sentir que estaba cantada la oportunidad de trabajar juntos.

R. D.: Hubo un poco de resistencia por su parte porque, con razón, le parecía tal vez demasiado edulcorado que siendo padre e hijo hiciéramos también de padre e hijo la primera vez que rodábamos juntos. De hecho, él quería interpretar a otro personaje, pero hasta en esto tuvimos suerte y acertamos.

¿Trabajar con tu padre facilita las cosas o, por el contrario, lo hace más complicado?

C. D.: Es un placer trabajar con él por el ambiente que crea, por su experiencia, el ojo y el tacto que tiene. Dedicamos tres años a este proyecto, desde que nos propusimos ponerlo en marcha hasta que finalmente lo hicimos, así que no pasamos por esa etapa de sentarnos a hablar de los personajes. Fuimos directos al rodaje y casi sin darnos cuenta nos vimos haciendo nuestra primera escena juntos.

R. D.: Ha sido una experiencia fantástica. También rara, no te voy a engañar. Pero era el clima ideal, estábamos entre amigos. Desde el punto de vista artístico sería más interesante y dinámico abordar personajes antagónicos, siendo nosotros hijo-padre, padre-hijo, pero a lo mejor en algún momento, más adelante, nos toca eso.

¿Cómo ves al Chino como actor? ¿Le juzgas más duro que a otros compañeros?

R. D.: Los actores somos muy duros con nosotros mismos, en general, y él lo es especialmente, así que mi tarea precisamente fue la contraria: hacer de contrapunto de eso. Se produce un fenómeno muy extraño que tiene que ver con la ansiedad de la condición humana y es que cuando ves algo terminado irremediablemente te fijas no en lo que hiciste, sino en lo que no hiciste, y te fustigas con eso. Después uno se tranquiliza y entiende que es lo que hay y empieza a juzgarse con un poquito más de objetividad.

C. D.: Eso es muy difícil, tiene que pasar mucho tiempo.

Ricardo y Chino Darín en "La odisea de los giles"
Juan Naharro

¿Habéis descubierto algo el uno del otro que no habíais visto hasta ahora, porque no os habíais encontrado en esa situación?

R. D.: Sin duda, porque una cosa es lo que crees, lo que fantaseas, lo que imaginas y otra es la realidad. Supongo que a él le ha sucedido conmigo: se ha criado con su padre y me ha visto hacer esto mil veces, pero es muy distinto trabajar codo con codo. Es muy difícil evitar la mirada de un padre. Es como cuando ves a tu hijo cruzar la calle por primera vez. Supongo que se me pasará, pero de momento es muy difícil.

C. D.: Yo lo viví como una experiencia de descubrimiento y aprendizaje porque es distinto vernos como actores. En este proyecto hemos vivido muchas cosas.

Tenéis el doble papel de actores y productores. ¿Cómo se maneja esa tensión?

R. D.: La tarea del actor se ciñe a lo que le toca hacer. Desde la producción estás obligado a andar detrás absolutamente de todo y es complicado. Por eso para mí, hacerlo por primera vez junto a él, ha sido un bálsamo.

C. D.: Te preocupan cosas que de otra manera no lo harían. Cuando eres solo actor y se suspende el rodaje porque llueve, solo te inquietas sobre cuándo se hace tu escena. Como productor te toca resolver el problema.

¿Qué tipo de proyectos os interesa hacer con vuestra productora?

C. D.: Está bastante ligado a la búsqueda que tenemos como actores, y son los temas que nos sensibilizan. Buscamos esas historias que te prenden una chispa.

R. D.: Lo que nos pone en movimiento es la condición humana. Y todo lo que nos ayuda a reflexionar nos gusta.

¿En qué momento el Chino te dijo que quería ser actor? ¿Cómo te lo tomaste?

C. D.: Empecé a estudiar Ingeniería Industrial, pero había algo en esa elección que no me estaba gustando, así que lo consulté con él: ¿Qué pensarías si te dijera que quiero estudiar teatro?

R. D.: Empezaron a surgir charlas sobre el asunto, y yo ya me venía intuyendo que acabaría dejando la ingeniería. Hasta que una noche, en una sobremesa, me lo plantó. Fue muy grato porque que un hijo se proponga elegir un camino transitado por su padre, de alguna forma habla de que el que dio el ejemplo algo debe de haber hecho bien, como para que le entusiasme.