Siete años han tenido que pasar para que la arrebatadora ‘Under the skin’ se estrene en nuestras salas. La constancia de Enrique Costa, distribuidor de cine independiente en Avalon, ha recogido el fruto tan esperado: llevar a todo el público el flechazo que tuvo tras su estreno mundial en el Telluride Film Festival a finales de agosto de 2013, y su posterior paso por Venecia y Toronto, frente a este inmenso momento cinematográfico.
Para ponerse de rodillas es el lujo de tener a personas en nuestra distribución y exhibición que despliegan este amor sin límites al cine. Al igual que con el lanzamiento de ‘Climax’, y de la mano de Jaume Ripoll, poco tiempo después también estará en Filmin. Una película, que ahora todos alaban, y que en su tiempo no fue tan calurosamente acogida. Por eso, retomamos el artículo que apareció en Cine Invisible el 30 de junio de 2014, con el placer de que mucho delo que escribimos, se ha cumplido. El buen cine siempre triunfa (aunque tarde décadas en ser reconocido).
Magistral, hipnótica, inquietante y arrebatadora. Una de las películas que marcarán la cosecha cinematográfica de 2013 y que, sin duda, integrará de pleno derecho la lista de las mejores realizaciones del género fantástico y de ciencia ficción. Para no andarse con rodeos, un film destinado a convertirse en objeto de culto y alimentar animadas veladas sobre sus múltiples interpretaciones.
En 1922, Dziga Vértov (seudónimo del ruso Denís Abrámovich Káufman), su esposa Yelizaveta Svílova y su hermano, Mijaíll Káufman, del movimiento Kinoki, comenzaron a publicar varios manifiestos en los que desarrollaban su teoría del Cine-Ojo. Un movimiento cultural y una estética cinematográfica que, casi un siglo después, encontraría eco en 1995 (en su versión ficción, con Dogma de Lars von Trier y Thomas Vinterberg), y que rechazaba todo elemento adicional del cine convencional: guion preestablecido, actores profesionales, rodaje en estudios, decorados o iluminación artificial y supremacía del montaje, con el objetivo de captar la “verdad” cinematográfica. Dado que, según estos pioneros del cine invisible, la cámara percibía mejor la realidad que el propio ojo humano.
Quizás sea éste el sentido de las primeras imágenes de esta fascinante película: la transformación de una potente cámara, sofisticada, tan última generación que puede que no sea humana, en un ojo. Una perfección técnica que capte con absoluta objetividad nuestra propia realidad. Una cámara-ojo instalada en uno de los mejores cuerpos del cine actual (tan atractivo como vulnerable y expuesto con sutileza y sin tapujos), el de Scarlett Johansson, tan extraordinaria en esta interpretación que parece sobrenatural.
El único defecto de su director, Jonathan Glazer, es que rueda muy poco. Conocido en los 90 por sus impresionantes videoclips musicales (Blur, Jamiroquai o Massive Attack), en el 2000 se lanza al largometraje, tras una serie de cortometrajes, con ‘Sexy Beast’, una divertida historia de gangsters en la Costa del Sol, para pasar en 2004 con Nicole Kidman a su género preferido, el fantástico, con esa extraña historia de una ‘Reencarnación’ del difunto marido de la protagonista en el cuerpo de un niño. (Actualización: de hecho, tras esta joya solo ha rodado un par de cortos. Eso sí, en espera impaciente estamos del estreno previsto en 2022 de su adaptación de la novela ‘The Zone of Interest’, de Martin Amis).
En su tercer largometraje (del que habría que huir de cualquier lectura previa, para mantener intacta y sin influencia la capacidad de interpretación) se presenta una serie de intentos de seducción entre Scarlett Johansson y unos desconocidos, encontrados en las calles escocesas, que ignoraban por completo que estaban siendo rodados. ¿Una ardiente versión de nuestro doble interno, de las arrugas de nuestra personalidad, de nuestro lado oscuro o un extra-terrestre (en el sentido figurado, de la cámara en sí misma en el cuerpo de una actriz) ante las debilidades y previsibles comportamientos del género humano? ¿Realidad o ficción? Aviso importante: la música de Mica Levi pasará a la historia de las bandas sonoras (Micachu nos deleitó el año pasado con al BSO de ‘Monos’ y aún no nos hemos recuperado). Lo dicho, las posibilidades son tantas y el placer tan inmenso que lo mejor es… volver a verla en la gran pantalla de un cine.