4 cortometrajes españoles finalistas en esta categoría de los Oscars, de los 15 preseleccionados entre 200 procedentes de todo el mundo, es otra de las muchas y, muy buenas, noticias de nuestro año cinematográfico. A la que se une el Oso berlinés 2022 de Carla Simón, la excelente representación en festivales internacionales o la reciente selección de Estíbaliz Urresola Solaguren, en la sección oficial de la próxima Berlinale, con 20.000 especies de abejas.

20000 especies de abejas
20.000 especies de abejas

La maestría de Tula, de Beatriz de Silva, sorprende por la riqueza y fluidez de su narrativa, su refinada dirección de actrices, la utilización del espacio o la distancia de la cámara respecto de sus intérpretes. Fruto de ello es su casi treintena de premios en los festivales de medio mundo, muchos de ellos, el más preciado por los cineastas, el del público.

Su cortometraje desprende, desde la primera imagen, un dominio de la técnica y una dosis de creatividad e inteligencia cinematográfica, fuera de lo común para una primera obra de una joven cineasta de 25 años. Por ello hemos entrevistado a Beatriz de Silva, en busca de los secretos de su inmenso talento.

Una escritura continua y sin límites

La cineasta lleva más de 15 años escribiendo. Con solo 9 años, Beatriz de Silva escribió su primera novela “como lo que quería leer no estaba escrito, decidí contarlo yo”. Desde entonces, no hay un solo día en el que no haya escrito algo. Aunque había realizado un curso de cine en Praga en 2018, en 202º, ya consciente de que el cine era a lo que deseaba consagrar su vida, se inscribe en un Master de Guión en una universidad madrileña. A estas alturas de su carrera ya ha publicado un par de poemarios y escrito innumerables historias.

Una afirmada dirección de actores

Durante su carrera universitaria en estudios publicitarios, porque “necesitaba un bagaje intelectual y una estructura de funcionamiento para preparar exámenes”, también aprovecha para dedicarse a estudiar teatro. Actuar, interpretar, llevar adelante proyectos es la pasión que concentra sus energías durante toda su carrera. Los resultados están a la vista en Tula.

Una habitación propia

Casi como en una versión muy contemporánea de Virginia Woolf, la cineasta encuentra su espacio propio, en el lugar más inesperado y en circunstancias complicadas. Como su familia había decidido regresar de Extremadura a su comunidad de origen, el País Vasco, Beatriz de Silva se encuentra con el choque del traslado del universo de una escuela privada con 16 chicas, todas vestidas de uniforme, hasta el bachillerato público, en clases mixtas de 30 adolescentes.

La directora encuentra refugio en los baños del instituto, durante la hora en las que obligan a todos los alumnos a salir al descanso. La diferencia de los valores recibidos en la educación recibida, las distintas costumbres de ambos lugares, la presión de la adolescencia y el bullying hacia la diferencia impulsan a Beatriz a asimilar, lo que ella misma define, como su “gran golpe de madurez”. Aunque su imaginación ya había trabajado con las posibilidades cinematográficos de un lugar tan inesperado, pero rico en confidencias, la experiencia personal se lo le hace vivir en propia mano.

beatriz de silva
Beatriz de Silva

Un dominio magistral de la cámara

Desde los 11 años Beatriz se divertía filmando a sus amigas y jugando a que fuesen sus actrices. Cansada de depender de la cámara de sus padres, a los 14 se compra la suya, y empieza a investigar sus posibilidades. Montando vídeos en los cumpleaños de sus amigas, insertando música, trabajando con la edición, los golpes de sonido, los efectos de montaje. El éxito es tal que todos quieren un video suyo, fiestas, capeas, aniversarios… todo lo que está a su alcance pasa por su cámara. Posiblemente, la mejor escuela que alguien pueda tener: la de la pasión.

Enfrentarse a lo desconocido

Beatriz de Silva y su desbordante energía, que parece inagotable, siempre quiere ir un paso adelante. Decidida a conocer desde el interior el medio del cine logra un puesto de becaria de dirección en la película de Akelarre. Ahí descubre la verdadera realidad del séptimo arte.

Todo rodaje es una locura y nadie (o casi) tiene tiempo de ocuparse de otro asunto que no sea el que le atañe. Frente a fracasar en esa guerra creativa o intentar sobrevivir a tal caos de estrés y prisas continuas, Beatriz decide que va a simular como si supiese realizar cualquiera de sus tareas. Se quita el miedo, durante esas seis semanas sin fin, y se lanza sin red porque “nadie sabe lo que tú sabes, pero tampoco lo que tú no sabes”. No tardan en llamarla para otro rodaje complicado, Baby, de Juanma Bajo Ulloa. En esta ocasión, como auxiliar de dirección.

Entre la seguridad de un empleo o el imprevisible sueño del cine

Tras finalizar sus estudios la cineasta obtiene un puesto en una agencia de publicidad. Transcurridos seis meses le proponen hacerla fija. Beatriz de Silva recapacita y comprende que el deseo de hacer cine se ha convertido en una necesidad. Rechaza la propuesta de la agencia y, como en las películas con final feliz, una semana después salen las ayudas a la creación cinematográfica, a las que se había presentado hace tiempo, y casi olvidado. De ahí nace Tula, su pasaporte en la carrera a los Oscars.

La lealtad hacia el público y a sí misma

Cuando entrevistas a jóvenes cineastas, la mayoría quieren romper esquemas, hacer una obra totalmente personalizada, que se inscriba en un lugar diferente y particular, lograr el plano más inesperado e impactante. Beatriz de Silva es un caso aparte. Ella siempre habla de historias, de su pasión por mostrar realidades que para todos, o muchos, son novedosas, aunque sean nuevas normalidades de las que no somos conscientes.

Un ejemplo es uno de sus proyectos de largometraje. La historia de la vida cotidiana de una chica con discapacidad. Beatriz de Silva tiene la mágica habilidad de contarte una historia y conseguir que la veas y que la vivas con ella. Es uno de sus proyectos, pero hay muchos más: tres largos, dos cortos, una serie y una novela.

Tula y la carrera al Oscar

Beatriz de Silva, la nueva Sheherazade de nuestro cine, consciente de que el aprendizaje no es lineal, se concentra en su filosofía de artista y piedra angular: “la lealtad hacia el público”. Cree firmemente en la capacidad de las historias que llegan a mucha gente y al enorme potencial transformador social que posee la narrativa. Junto a su exquisito gusto cinematográfico (Céline Sciamma y Alice Rohrwarcher), ella se conforma con “seguir siendo leal a lo que quiero contar” y ponerse siempre en el lugar del espectador.

A tan solo unas horas del anuncio de las nominaciones de los Oscars, la cineasta, aunque nerviosa, conserva la calma porque sabe que seguirá contando sus creaciones. Estamos convencidos de que Beatriz de Silva será una de las voces importantes de nuestro cine: el que conjuga personajes inolvidables con historias que transmiten valores.

Cuenta la leyenda que Margaret Herrick, bibliotecaria de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas estadounidense, le puso a la famosa estatuilla dorada el nombre de Oscar porque se parecía mucho a un tío suyo, que se llamaba así. Esperemos que esta tarde el tío norteamericano se acuerde que en España la tía más famosa se llamaba Tula (que por cierto en la versión cinematográfica de 1964, su director Miguel Picazo logró el premio a mejor director en el Festival de San Sebastián). Le deseamos la misma suerte a la Tula de Beatriz de Silva, para rematar este año tan glorioso de cine español.