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Dale al play en el vídeo que encabeza este artículo para ver a Ana Torrent reaccionando a sus mejores escenas en 'El espíritu de la colmena'.
Ana Torrent no se acuerda. O eso dice. Basta que vea unos segundos de aquella niña de seis años temblando ante Frankenstein para que su memoria, que se entrega a una lucidez de la que ella misma desconfía, despierte los recuerdos de aquel rodaje en Hoyuelos, un pueblecito de la provincia de Segovia con poco más de 30 habitantes donde Víctor Erice rodó, hace 50 años, ‘El espíritu de la colmena’. Medio siglo después, Ana Torrent se acuerda: "Era la primera vez que iba al cine", a ver la que para muchos sigue siendo la mejor película de la historia del cine español, aquella que evoca en Ana Torrent el impacto de una pistola empuñada por un maqui; el peso de una almohada que no podía levantar mientras jugaba dando saltos entre colchones; un nombre, Delia, la inmensidad de los paisajes de la meseta castellana o aquella dicotomía entre realidad y ficción que le llevó, con solo seis años, a creer ciegamente que Frankenstein existía.
"Nos tenían bastante apartadas", recuerda Ana Torrent. "No éramos muy conscientes de todo lo que rodea un rodaje. Víctor lo hizo a propósito para que estuviéramos aisladas en nuestro mundo", en el de la infancia. A esa edad, cuando todavía no sabía distinguir lo real de la fantasía, mientras ETA hacía volar por los aires a Carrero Blanco o Mocedades alcanzaba el segundo puesto en Eurovisión, Ana Torrent experimentó, al igual que su personaje, el despertar de una niña a través del cine, en mitad de un páramo de Segovia. "Para mí 'El espíritu de la colmena', si me preguntaban de qué iba, trataba de una niña que quería conocer a Frankenstein."
Todo se reduce a ello, al mito del monstruo de Mary Shelley que Víctor Erice abrazó, como en 'El sur' (1983), para hablar implícitamente de las pulsiones soterradas en aquella España de muerte y miseria moral, y escribir así una fábula eterna sobre la identidad infantil, sobre las curiosidades e inquietudes más precoces. El camino para hacerlo, para introducir aquel cinematógrafo que llevaba al pueblo 'El doctor Frankenstein' de James Whale y suspendía la división inequívoca entre realidad y mito, entre lo terrenal y el cuento, era Ana Torrent.
“Fue en el colegio. Yo estaba jugando en el recreo y vi a unos señores que estaban haciendo fotos a varias niñas. Al día siguiente, vi que hacían fotos a otra niña y a mí, solamente. Y yo lo empecé a contar en casa, que había unos señores que me hacían fotos. Mis padres no entendían muy bien de qué estaba hablando.” Más tarde, al tercer o cuarto día, el director de la escuela llamó a Ana. “Hay unas personas que quieren hablar contigo", le dijo. Fue entonces cuando apareció un joven cineasta, treintañero, de pelo tupido y barba poblada. Su nombre era Víctor Erice. “Me senté a charlar con él. Y me habló de una película… me habló de Frankenstein.” Sentados en un banco del patio del colegio, mientras el resto de niños recitaban tablas de multiplicar, Erice lanzó la pregunta que llevaría a Ana Torrent a "criar cuervos" con Carlos Saura o a teorizar sobre las snuff movies en los pasillos de la Complutense de la mano de Alejandro Amenábar.
- ¿Sabes quién es Frankenstein?
- Sí, pero todavía no me lo han presentado...
“Víctor se quedó fascinado con esa respuesta que le di”, explica Ana Torrent. Y ahí empezó todo.
Se perdió una mañana de instituto para ver el final de ‘Perdidos’ y, aunque la leyenda cuenta que está en FOTOGRAMAS por sus tortillas de patata, la realidad es que lleva en la revista desde 2016 como “el chico de los vídeos”. Graduado en Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad Carlos III de Madrid, un día se cansó de vivir entre muggles y, antes de que ‘Cinema Paradiso’ y ‘El espíritu de la colmena’ despertaran su fascinación por el séptimo arte, decidió (no) crecer imaginando su infancia entre hobbits y jedis. Vive enamorado de Emma Watson y Michael Scott, y está convencido de que su cima en la vida ha sido, es y será decirle a Viggo Mortensen en un ascensor que todavía guarda una figura de acción de Aragorn.