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"Tu mayor problema eres tú mismo". ¿Cuántos cineastas de la talla de Martin Scorsese serían capaces de reconocerlo a pocas horas de recibir el Oso de Oro honorífico de la 74ª edición de la Berlinale? Lo más fácil sería pensar que está tirando del hilo de la falsa modestia, pero dejen que lo dudemos. Es sorprendente que, con 81 años, después de patearse Europa durante las dos últimas semanas para que los votantes europeos de la Academia de Hollywood se acuerden de 'Los asesinos de la luna' en sus oraciones pese a que 'Oppenheimer' suena en todas las quinielas como ganadora, Scorsese sigue peleando como Jake LaMotta por proteger su película como si fuera su preciado testamento.
¿Por qué le gusta hablar tanto de los cineastas que le han influenciado y tan poco de lo que le ha convertido en maestro de cineastas? "Cuando era más joven, tenía más ego y ambición. Quizá la ambición no la he perdido pero el ego he aprendido a controlarlo. La primera vez que tuve la sensación de poder repensarlo todo fue en 'El rey de la comedia'. Fue entonces donde volví a plantearme dónde colocar la cámara en función de lo que me pedían la trama o los actores. Por fortuna, es algo que me ha ocurrido muchas veces durante mi carrera. Al final, claro, el mayor problema eres tú mismo".
En una rueda de prensa en la que hubo tiempo para que un periodista búlgaro recreara, ante la sonriente estupefacción de Scorsese, una escena de 'Infiltrados', para que le preguntaran por su plato favorito ("la lasaña de mi madre") y para que le invitaran a tomar un vaso de vino en Georgia, el director de 'Taxi Driver' se excusó por no seguir a todos los jóvenes cineastas que le gustaría porque no le da la vida. Aquí no se quiso mojar, pero con los clásicos se le cae la baba: recordó cuando, de niño, vio 'La canción del camino', de Satyajit Ray, o 'Cuentos de la luna pálida', de Kenji Mizoguchi, "en televisión, dobladas en inglés y con anuncios". Y aún así, fueron una revelación: "Si me afectó a mí, un chico del Lower East Side, con unos padres que no eran intelectuales, que no leían, ¿por qué no les podía afectar a otros chicos como yo, y cambiarles la vida?". De ahí nació el World Cinema Project, una organización dedicada a descubrir, preservar y restaurar películas del universo mundo. "Me entristece lo efímero de la vida, pero no tiene por qué ser efímera tan pronto, ¿no? Comuniquémonos a través del arte", sentenció.
¿Cuál es la función del crítico en el ecosistema de la cultura de pantallas? "En los años sesenta, apenas teníamos acceso al cine mudo, por ejemplo, y mucho menos al cine asiático", explicó Scorsese. "Ahora todo está a nuestro alcance. La crítica está a la sombra del arte que creamos. El crítico debería ayudar a que la gente joven enfoque sus intereses entre tanta oferta".
¿Así no cree que estamos experimentando la enésima muerte del cine? "El cine no está muriendo, se está transformando. La tecnología cambia tan deprisa que solo podemos agarrarnos a la singularidad de una voz, que puede expresarse en un video de tiktok o una miniserie de dos horas", admitió. "No nos dejemos asustar por la tecnología, que no nos esclavice, es esa voz singular y única la que tiene que controlarla". Esa voz que, tal vez, le susurra que, cuando acabe esta maratón de premios y promoción, tiene que ponerse con su proyecto sobre la vida de Jesús. "Dormiré un poco y a ver si se me ocurre cómo hacerlo". Le prestamos una almohada, señor Scorsese.
Escribe y enseña sobre cine como si no hubiera un mañana. Vio “Carrie” a los seis años y aún está aplaudiendo la escena del baile de graduación, aunque en su madurez prefiere habitar los estados benéficos y sonámbulos del cine de Apichatpong. Tiene la habilidad de redactar libros tecleando con un solo dedo.