La historia: Camille (Lola Créton) vive su primer gran amor con Sullivan (Sebastian Urzendowsky). Todo va bien hasta que este decide dejarlo todo y partir a Sudamérica.
Lola Créton es un gran hallazgo. ¿No supuso un problema que tuviera solo 16 años?
Los desnudos le daban miedo, claro, pero entendió muy bien el tema y la importancia de aquellas escenas dentro de la historia. Sin embargo la película estuvo a punto de no estrenarse en USA, aunque al final escapamos de la censura porque los planos son muy fugaces. Lo que más me sorprendió fueron las reacciones al tráiler en Francia, sobre todo entre los hombres. Me chocó porque cuando escogí los planos ni se me pasó por la cabeza que pudieran resultar chocantes. Ellos, al contrario, solo veían eso, y me parece una forma muy reduccionista de ver una película. Tuve la sensación de que el puritanismo americano había conquistado Europa.
Se diría que Un amour de jeunesse completa una trilogía con tintes autobiográficos.
No fue algo pensado, pero ahora tengo la sensación de que estos tres films se complementan, que no volveré a rodar de la misma forma. Creo que inconscientemente, hasta este film, dejé el tema del amor físico de lado porque sabía que acabaría dedicándole una película, y quería mantenerlo virgen para encararlo con la misma frescura e inocencia que mis personajes.
Camille se salva gracias a la arquitectura, ¿una metáfora de su reconstrucción?
No es tanto una metáfora en ese sentido, como un sustituto del cine. Quería reflejar ese momento en el que descubrí mi vocación, y acababa de terminar una película sobre el cine (Le père de mes enfants) que tiene muchos puntos en común con la arquitectura: es un trabajo en equipo en el que te confrontas a cuestiones prácticas y engloba todas las artes. También es verdad que Camille se construye a sí misma. Al contrario que Sullivan, que sigue igual de perdido, ella sale reforzada del mal trago. Lo que más me interesaba era mostrar que una experiencia amorosa muy dolorosa puede hacerte crecer como persona.