Dirección: Bi Gan
Reparto: Tang Wei, Sylvia Chang, Meng Li, Huang Jue, Chen Yongzhong, Lee Hong-Chi, Luo Feiyang
Título en V.O: Di qiu zui hou de ye wan
País: China Año: 2018 Fecha de estreno: 16-04-2019 Género: Drama Color o en B/N: Color Guión: Bi Gan Fotografía: David Chizallet, Hung-i Yao Música: Giong Lim, Point Hsu
Sinopsis: Luo Hongwu regresa a Kaili, su ciudad natal, de la que huyó hace varios años. Comienza la búsqueda de la mujer que amaba, y a quien nunca ha podido olvidar. Ella dijo que su nombre era Wan Quiwen.
Entre la vigilia y el sueño, entre lo vivido y lo imaginado. Como si nos adentráramos en los vericuetos de la memoria y no supiéramos discernir entre lo real y lo ficticio, entre lo que hemos experimentado y lo que nuestra mente ha inventado. Así es el cine de Bi Gan, tan etéreo como al mismo tiempo contundente a la hora de abrir nuevos caminos a la percepción cinematográfica.
El director reivindica la plasticidad, el refinamiento formal, la sofisticación visual, pero no como un ejercicio vacío, sino como una forma de demostrar que, a través de las herramientas del cine, todavía se pueden crear experiencias únicas. Y lo hace a través de un solo gesto, invitándonos a ponernos las gafas de 3D al mismo tiempo que lo hace el protagonista que entra a una sesión de cine a mitad de la película. A partir de ese momento, entramos en otra dimensión, en un mundo diferente al que habíamos habitado en la primera parte, pero al mismo tiempo extrañamente conocido, ya que en él encontramos constantes ecos y resonancias que nos llevan de una parte a otra de un relato que no es otra cosa que el laberinto de los recuerdos.
En realidad, Largo viaje hacia la noche se configura a través de materiales muy básicos, aunque su estructura sea algo críptica. Un detective taciturno, una femme fatale, gánsteres, ambientes nocturnos lumpen y una inevitable sensación de fatalidad. Un noir en toda regla. Sin embargo, el director aplica un proceso de deconstrucción de la narración para dinamitar las barreras de la ficción, en el que la noción del tiempo se funde y se confunde para sumergirnos en el territorio de lo onírico, de la fantasía y las sensaciones extracorporales. Porque al final, no se trata de descubrir que el protagonista en realidad está siguiendo la pista de sí mismo, sino de devolverle al espectador algo tan puro como es la capacidad de cuestionarse la naturaleza de las imágenes, asombrarlo, descolocarlo e hipnotizarlo a través del magnetismo de un relato de una potencia expresiva arrolladora en la que se sublima lo eterno y lo efímero.