Godzill a 2 Rey de los monstruos
Warner Bros.

Dirección: Jonah Hill
Reparto: Millie Bobby Brown, Kyle Chandler, Vera Farmiga, Bradley Whitford, Charles Dance, Thomas Middleditch, Sally Hawkins
Título en V.O: Godzilla: King of the Monsters
País: Estados Unidos Año: 2019 Fecha de estreno: 21-06-2019 Género: Fantástico Color o en B/N: Color Guión: Michael Dougherty, Zach Shields Música: Bear McCreary Fotografía: Lawrence Sher
Sinopsis: Los criptozoólogos de la agencia Monarch tratan de enfrentrarse a un grupo de enormes monstruos, incluyendo el propio Godzilla. Entre todos intentan resistir a las embestidas de Mothra, Rodan o del último némesis de la humanidad: King Ghidorah. Estas ancianas criaturas harán todo lo posible por sobrevivir, poniendo en riesgo la existencia del ser humano en el planeta.

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Lo mejor: el personaje de Ken Watanabe (el hombre) tocando a Godzilla (el dios).
Lo peor: pretender que la película sea lo que no es.


En un único instante de su farragoso ir y venir tratando de convertir el kaiju eiga nipón en un blockbuster de seria severidad de autor, el Godzilla (2014) de Gareth Edwards comprendía de verdad a sus criaturas mitológicas. Era una escena brillante, en la cual el saurio mítico y ese enemigo mutante ciclópeo que el pánico nuclear había sacado de su letargo se retaban en un plano general visto a ras de suelo, desde el punto de vista de los personajes humanos. En ese glorioso (lamentablemente un oasis entre el resto del pesado metraje) instante, rematado con unos portones inmensos (los de la isla de King Kong, claro), ambos titanes parecían señores disfrazados a punto de arrasar la maqueta de San Francisco. Mike Dougherty, el director de Godzilla: rey de los monstruos sí que entiende este universo, y toda su película es una sucesión de (espectaculares) decorados que parecen la más cara y naíf maqueta jamás soñada; de dioramas ante los que su terceto de dioses terrenales (Godzilla, Rodan y Mothra) y ese otro de origen alienígena (Ghidorah) posan como los luchadores de sumo antes de librarse a peleas de candorosa fisicidad humanoide. Y sus monstruos utilizan toda la última tecnología digital para imitar la textura de especialistas embutidos en disfraces de caucho. Incluso cuando caen en la lid, sus posturas son las que los fans del opus producido por la Toho (también la Daiei, pero esa es otras historia) recuerdan jalear en los cines de barrio disfrutando con esos tipos en traje de fantasía.

Gastar más de 240 millones de dólares en replicar esa artificialidad, esa no realidad de infantil inocencia, enfurecerá a muchos espectadores, algunos de ellos enarbolando un purismo sobre el legado del kaiju eiga que demuestra su profunda ignorancia respecto a este. Cualquiera que haya perdido sus dientes de leche y cambiado la voz a base de maratones de esta clase de películas (sobre todo de Los hijos del volcán, a la que Godzilla: rey de los monstruos cita con la generación de gemelas y la conexión telepática) sabe que ese cine no era riguroso, que era infantiloide, poético también, pero que funcionaba sin apenas guión, a trompicones, saltando de escena a escena sin ningún tipo de homogeneidad dramática, tan solo por el amor a la aventura y a dar al público lo que querían.

Mike Dougherty y sus guionistas han hecho un film así: deslavazado, sin conexión entre sus escenas tal como reclamaría la heterodoxia, pero bella y estimulantemente coherente con el alma del kaiju eiga, del opus de su profeta, Ishirô Honda. La acción pasa de un retablo a otro, de una localización a otra, atenta a dibujar ese cuadro inolvidable (las apariciones de Mothra, de Rodan, la resurrección de Godzilla, las luchas cuerpo a cuerpo…) que apela a lo legendario tal y como aquel cine lo imaginaba. Nada importan (como no importaban en los títulos japoneses de los años 60 y 70) las personas, sus dramas y traumas de folletín, en Godzilla: rey de los monstruos. Los seres humanos están siempre a los pies de los titanes, casi como si sus escenas se rodaran ante una colosal pantalla donde, vía retroproyección, tuviera lugar otra película, otra cosa, otro mundo. Es ese mundo, ese universo, el que engrandece el trabajo de Dougherty. Un lugar donde un submarino (por supuesto que el de Latitud cero (Donde el mundo acaba), de Ishirô Honda, 1969) puede llegar a una Atlántida pulp que pocos sabrán apreciar, acaso los mismos entusiastas de Honda, Jun Fukuda, el británico Kevin Connor o nuestro Juan Piquer Simón.

Da igual que sean, que seamos, pocos quienes apreciemos todo ese cariño y conocimiento de causa hacia sus seres fantásticos XXXL que derrocha Godzilla: rey de los monstruos. Cuando estás enamorado, nada importa.

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