Dirección: Bong Joon-ho
Reparto: Song Kang-ho, Lee Seon-gyun, Jang Hye-jin, Cho Yeo-jeong, Choi Woo-sik, Park So-dam
Título en V.O: Gisaengchung (Parasite)
País: Corea del sur Año: 2019 Fecha de estreno: 25-10-2019 Género: Thriller Color o en B/N: Color Guion: Kim Dae-hwan, Bong Joon-ho, Jin Won Han Fotografía: Kyung-Pyo Hong Música: Jaeil Jung
Sinopsis: Tanto Gi Taek (Song Kang Ho) como su familia están sin trabajo. Cuando su hijo mayor, Gi Woo (Choi Woo Shik), empieza a dar clases particulares en casa de Park (Lee Sun Gyun), las dos familias, que tienen mucho en común pese a pertenecer a dos mundos totalmente distintos, comienzan una interrelación de resultados imprevisibles.
He aquí la historia de dos espacios cuya suma, en manos de Bong Joon-ho, es el mundo. Ese mundo está en guerra, aunque quiera aparentar que la lucha de clases pertenece a otra época. Es difícil encontrar una película reciente que defina de forma tan visual, a través de la arquitectura doméstica, los perversos mecanismos de dominación del capitalismo neoliberal. La supervivencia de cada uno de los núcleos familiares que protagoniza esta espléndida Parásitos se mide según su capacidad para conquistar un espacio, y, por extensión, por la conciencia de no darlo nunca por sentado.
Por eso, en cierto modo, la película pertenece al subgénero de las home invasions, en la medida en que lo es Casa tomada, el magnífico relato de Julio Cortázar, o algunas películas de Luis Buñuel –pensamos en El ángel exterminador o El discreto encanto de la burguesía–, que subvierten el inmovilismo de las estructuras sociales a partir de la pérdida del control del espacio en el que habitan. En el transcurso de esta guerra a veces hilarante, la lucha de clases se traduce en una relación sadomasoquista en la que, por un lado, predomina la inversión de roles y, por otro, siempre hay alguien en un escalafón más bajo de la pirámide social dispuesto a rebelarse.
Así las cosas, Parásitos explora los mismos temas que Snowpiercer (Rompenieves) convertía en fantasía distópica, en este caso sometiéndolos a una constante metamorfosis genérica. Si en Snowpiercer (Rompenieves) el movimiento se demostraba pasando de pantalla (o de vagón), y en cada cambio nos esperaba un nuevo universo, con sus códigos estéticos adaptándose a los extravagantes del cine de acción, aquí el reto es de mayor calado. La fluidez con que Bong Joon-ho deriva de la comedia al thriller, incluso al cine de terror, sin que se le rompan las uñas, es sorprendente.
Tal vez en ese difícil equilibrio de tonos, que tiene como objetivo hacer una sátira sobre el mundo contemporáneo tan hiriente como conmovedora, a Bong Joon-ho la película está a punto de escapársele de las manos en el tramo final, pero produce tal placer su hitchcockiano control de la puesta en escena, es tan apasionante y arriesgada, que se le perdonan sus excesos.