Dirección: Kelly Reichardt Reparto: Alia Shawkat, John Magaro, Dylan Smith, Orion Lee, Ryan Findley, Toby Jones, Ewen Bremner Título original: First Cow País: Estados Unidos Año: 2019 Fecha de estreno: 21-5-2021 Género: Drama Guion: Jonathan Raymond, Kelly Reichardt Fotografía: Christopher Blauvelt Sinopsis: Narra la historia de un cocinero (John Magaro) contratado por una expedición de cazadores de pieles, en el estado de Oregón, en la década de 1820. También la de un misterioso inmigrante chino (Orion Lee) que huye de unos hombres que le persiguen, y de la creciente amistad entre ambos en un territorio hostil.
Qué ocurrió con los cadáveres de los amantes de Pompeya de Te querré siempre, que despertaban un momento epifánico en un matrimonio en crisis, al borde de la ruptura? ¿Quiénes eran esos cadáveres? ¿Pertenecían a un tiempo sin tiempo, común a todas las civilizaciones? Al menos en América, nos dice Kelly Reichardt en la preciosa First Cow, representaban la posibilidad del amor, de la amistad, de la solidaridad, frente a la sangre que sirvió como abono de la tierra prometida. Frente a la sangre, la leche de una vaca, la primera, la que mira el cariño con que la ordeñan con el ojo objetivo y tierno del asno de Al azar, Baltasar. Hay, pues, dos puntos de vista en First Cow: el de un Rossellini que habría hecho exactamente este western, que retrata, a través de la historicidad de lo cotidiano, cómo dos hombres se apoyan y se quieren construyendo una pequeña utopía; y el de un Bresson que, desde la austeridad moral del animal que se deja querer u odiar, que es el símbolo de la economía colaborativa o el capitalismo neoliberal, ve cómo esa utopía fracasa.
First Cow es, en cierto modo, la precuela de dos de las mejores películas de Reichardt, hasta la fecha inexplicablemente inéditas en las salas comerciales españolas, Old Joy y Meek’s Cutoff. De la primera rescata uno de los más conmovedores, sintéticos y líricos retratos de la amistad masculina que este critico recuerda. De la segunda recoge la relectura fundacional de un género que le sirve para reinterpretar la idiosincrasia de un país que sigue enfrascado, en cierto modo, en la reconquista del paisaje a través de la mirada y la colonización del espacio a través de la fuerza y la voluntad de pertenecer. La tensión entre estas dos vibraciones, que atraviesan la relación entre un cocinero sensible y un chino que huye del racismo de los pioneros, aporta al film una singularidad universal y delicada, que se expande a través de una casi panteísta oda a la naturaleza como refugio de la disidencia. El resultado es una experiencia bella y empática, que explica desde el corazón la alegría que deben de sentir los arqueólogos al encontrar dos esqueletos que se abrazan.