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Dirección: Michael Bay
Reparto: Shia Labeouf, John Malkovich, Patrick Dempsey, John Turturro, Josh Duhamel, Tyrese Gibson, Hugo Weaving
Título en V.O: Transformers: Dark of the Moon
Nacionalidad: USA Año: 2011 Fecha de estreno: 29-06-2011 Duración: 153 Género: Acción, Fantástica Color o en B/N: Color Guión: Ehren Kruger Fotografía: Amir M. Mokri Música: Steve Jablonsky
Sinopsis: Sam (Shia LaBeouf) y los Autobots se enfrentan a los Decepticon para apoderarse de los secretos de una nave oculta en la Luna. La Tierra vuelve a estar en peligro al involucrarse en la peligrosa carrera espacial entre los Estados Unidos y Rusia, y una vez más el humano Sam Witwicky tendrá que acudir al rescate de sus amigos robots.

Crítica

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Lo mejor: un puñado de poderosas imágenes
Lo peor: su empeño en redefinir la desmesura

En los primeros minutos de esta entrega de la serie que hiperbolizó la mitología de los mecha por la vía del tecno-porno para todas las edades, Michael Bay parece entregarse a un excéntrico ejercicio de estilo: la conspiranoia modelo Oliver Stone contada a los niños, con resurrección digital de JFK incluida. Tras el prólogo, el director sirve una imagen que parece especialmente diseñada para tranquilizar a los incondicionales de su lado más gañán: la curvilínea Rosie Huntington-Whiteley ascendiendo unas escaleras, que Bay retrata con la lubricidad, tan incorrecta en los tiempos que corren, del post-adolescente que contempla la carrocería de su segundo coche. Al director de “Armaggedon” (1998) no hay que pedirle ni sentido, ni sensibilidad, ni sutileza: de hecho, él fue el responsable de convertir en bakalao el blockbuster pop modelo Amblin y de poner ruido y furia donde Lucas y sus herederos aspiraban a alcanzar el cielo de la épica.

Confiesa este crítico haber sido ganado para la causa Bay con los anteriores títulos de “Transformers”: llega ahora el momento de constatar cierto agotamiento como espectador, llegados a este punto, cuando el más-difícil-todavía marca de la casa parece haber ampliado hasta lo imprudente el margen de tolerancia hacia la representación apocalíptica. El caso es que los problemas que uno detecta aquí –secundarios graciosos de usar y tirar (interpretados por actores clase A), la chorrada como combustible, etcétera- ya estaban en las entregas precedentes: se trata, por tanto, de una actitud de rechazo por abuso de la sustancia. Eso sí, el 3D ha llevado a Bay a acuñar poderosos momentos donde la imagen ralentizada alcanza la extraña belleza de una escultura en movimiento. Por otro lado, la idea de relacionar a los Transformers con la historia secreta de la carrera espacial y de la tragedia de Chernobil se cuenta entre lo más atractivo de una función que implosiona de puro exceso.

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