“Hemos escuchado al público, que demandaba mejoras necesarias para mantener a los Oscars y a nuestra Academia relevantes en este mundo en constante cambio”. Así justificaban en un comunicado el presidente, John Bailey, y el CEO de la Academia de Hollywood, Dawn Hudson, su polémica decisión de cambiar algunas de las particularidades de los Oscars: los técnicos se repartirán durante la publicidad, la gala tendrá que durar sólo tres horas y se incluirá una nueva categoría que premie a la película “más popular” del año. Una bomba ha estallado en la industria, y las reacciones no se han hecho esperar.
Primero, ¿por qué tomar una decisión así? La gala de los Oscars ha perdido relevancia, dicen. Lo que seguro que ha perdido es público: en la pasada edición, la cadena norteamericana ABC registró a 26,5 millones de espectadores, que es la cifra más baja de su historia. Por comparar, el año anterior habían sido 32 millones, y si nos vamos décadas atrás la cifra superaba con facilidad los 40. Con los números en la mano, parece evidente que los premios están perdiendo mucho interés para el público, aunque no seamos catastrofistas: sigue siendo la retransmisión de premios más vista de la televisión estadounidense. Mucho más que los Emmy (en 2017 rondaron los 11 millones de espectadores) o que los Grammy (habitualmente, por debajo de los 20 millones).
Los mandamases de la industria relacionan estas cifras, que caen un poco más cada año, directamente con la taquilla y recaudación de las películas nominadas. Es decir, que el público está perdiendo interés porque las ganadoras quizás no coinciden con las más vistas de la cartelera, y, por ende, no les interesa ver los premios. Y el Oscar a la conclusión más incomprensible es para…
Quizás esa bajada de audiencia, especialmente entre los jóvenes, tenga que ver con otros motivos. Que la ven en streaming en sus ordenadores, por ejemplo, y en consecuencia no cuentan en las cifras generales de audiencias televisivas. O que muchos no vean la gala gracias a -o por culpa de- las redes sociales, que hierven de forma constante durante toda la noche de la ceremonia revelando los premios, los detalles más curiosos, los memes más divertidos e incluso imágenes que no vemos en televisión. Es decir, que vivir los Oscars en Twitter es una experiencia casi más completa y divertida que sentarse frente al televisor a seguir el ritmo que marca la propia gala. Y los jóvenes están, sin duda, más por ese modo de consumo.
Así pues, sus argumentos primerizos se consumen rápido. Hay otra teoría: las presiones de la cadena ABC para que estos cambios se hiciesen efectivos, especialmente el de la nueva categoría. No olvidemos que el canal es propiedad de Disney, el favorito para monopolizar cada año la victoria en esa categoría, ya sea con Star Wars, Marvel o alguna de sus geniales películas animadas. En este sentido, se apunta mucho a la presencia este año de Black Panther, una película que con toda probabilidad no entraría en las principales nominaciones tradicionales, pero que ha sido un fenómeno brutal de público, recaudación e incidencia social. Que haya la posibilidad de darle un premio a Mejor Película (Popular), puede dar, según creen, un empujón a las audiencias.
El mundo de la crítica ha vivido estos cambios recientes con cierto recelo. Bueno, más bien con mucho rechazo. ¿Están siendo demasiado histéricos? ¿Serán los cambios para mejor? ¿Por qué les ha enfadado tanto? Analizamos las tres mayores novedades de la gala de premios y reflexionamos sobre lo que va a suponer para su futuro.
¿UNA GALA DE TRES HORAS?
Que sí, que cada año la misma historia: la gala se hace muy larga, es demasiado tarde, cortad vuestros discursos y os regalaremos una moto acuática, etc. Sean los Goya, los Globos o los BAFTAs, siempre tenemos la misma advertencia con el tiempo, pero, ¿de verdad es ese el problema? ¿No ha sido siempre así de larga -¡o más!- y bien que tenía una audiencia más sólida el pasado? Los tiempos cambian y ya apuntábamos antes a lo que nos enfrentamos hoy día: no hay que fiarse tanto del share, porque hay más opciones en las que fijarse. Es como quien dice que por culpa de Internet la gente ya no ve cine porque la venta de entradas ha bajado, cuando lo cierto es que, gracias a las plataformas online, posiblemente se consume más cine ahora que nunca en la historia.
El caso es que la duración de la gala no es algo necesariamente malo. Para nosotros, desde España, va a ser un marrón de todas maneras: la diferencia horaria hace que se retransmita a partir de las dos de la mañana, lo cual no es bueno para aquellos que trabajen en lunes. Sin embargo, para los estadounidenses, la gala empieza alrededor de las 21h, y suele acabar no más tarde de la medianoche. Si les preocupa la hora, ¡que empiecen a emitirla antes! Seguro que con un horario de seis de la tarde muchísima más gente se pondría a verla.
En Vulture, Kyle Buchanan atacaba con sorna esta decisión:
“Al principio, suena como una gran idea, porque la gente suele quejarse de que los Oscars son demasiado largos. Bueno, ¡no es para ellos! Los Oscars deberían ser largos, porque esperamos todo un año para ver este show, ¡y en todos esos vagos y alargados momentos es donde pasan las mierdas más raras y memorables! Nadie le dice a la Super Bowl que se acabe 20 minutos antes”.
No le falta razón: quienes quieren que la gala sea corta, sin números musicales y enfocadas a conocer cuanto antes posible quién es la gran ganadora, no han entendido qué son los Oscars. Siguiendo con su símil del deporte, ¿alguien pediría cortar un partido del Barça-Real Madrid porque más de un centenar de minutos de juego es demasiado? ¿Porque al final sólo están dando patadas a un balón todo el rato? Pues no. Para quienes disfrutan del fútbol, cada pase o jugada es importante. Los goles casi son lo de menos. Para quien disfruta del cine en general y de las galas de premios en particular, ver al presentador hacer sus monerías musicales entre el público es un bien necesario. Además, puede que el discurso del ganador a Mejor Vestuario no te importe lo más mínimo, pero para esa persona es el momento más importante de su carrera. Démosle el tiempo y el protagonismo que se merecen.
¿NO VEREMOS LOS PREMIOS TÉCNICOS?
En realidad sí los veremos, pero no en directo. Como han anunciado desde la Academia, a partir de ahora ciertos premios, que parece fuera de toda duda que serán los “técnicos” (esto es, categorías como Vestuario y Maquillaje, Montaje de sonido o Mejores efectos especiales), se entregarán durante la pausa de publicidad de la gala, y se retransmitirá un resumen durante el transcurso de la misma. El mensaje que envía esta decisión es demoledor: no son premios tan importantes, no tienen caras famosas, así que no merecen estar en el directo. Esto es, son prescindibles. Os aseguro que, en la película que representan, son de todo menos prescindibles.
Que quieran limitar el tiempo de los discursos, bueno. Que quiten las actuaciones de las canciones nominadas porque ya todos las conocemos, bueno. Que el monólogo inicial dure la mitad de tiempo o que una pareja de presentadores aproveche para dar más de un galardón, bueno. Pero que minimicen la importancia de una serie de profesionales sin los cuales las películas nominadas no serían lo que son… Eso sí que no. Es una completa falta de respeto que se une a otra decisión tomada hace ya unos años con los premios de honor: se entregan en una pequeña gala independiente para no entorpecer el curso de la ceremonia. Aun así, lo beneficioso de esta decisión fue poder ampliar el número de homenajeados y así valorar el trabajo de otras áreas menos glamurosas de la industria.
Pues bien, lo que en ese cambio de lugar benefició a poder dar premios de honor a directores de fotografía, sonidistas o encargados de vestuario, aquí se convierte en un gesto muy feo hacia todos ellos.
¿MEJOR PELÍCULA POPULAR?
Esta es, con diferencia, la noticia que más polvo ha levantado esta semana. Como apuntábamos al inicio, la Academia incluirá en la próxima gala un premio a la película más popular del año. ¿Qué significa “popular”? ¿Cómo se mide la popularidad de una película? Buenas preguntas que los académicos aún no han respondido. Los detalles del premio aún se desconocen, pero su mera existencia ha bastado para levantar un aluvión de protestas que apuntan, sobre todo, al desprestigio que supone un premio así para ese cine popular que, además de taquillero, es de una calidad indiscutible.
David Sims lo explicaba así en The Atlantic:
“Los Oscars tienen diferentes categorías que reconocen tipos de cine más allá de la Mejor Película -Mejor Película de Habla no Inglesa, Mejor Película de Animación, Mejor Documental-, pero esas existen para centrar la atención en formatos y cineastas que normalmente son olvidados, cuyo trabajo es más difícil de ver, y para los cuales un Oscar puede ser un beneficio impagable. Sin embargo, la Mejor Película Popular servirá para dar palmaditas en las espaldas de los votantes por reconocer a las películas de Hollywood que más dinero son capaces de conseguir”.
Efectivamente, esa categoría está pensada para las películas más taquilleras, independientemente de sus méritos artísticos. Y es precisamente eso lo que más ha enervado a los críticos y la industria, pues es la señal definitiva de algo que ya sabíamos: Hollywood no va sobre cine, sino sobre negocio. En The Guardian, el periodista Ryan Gilbey afirmaba que “los blockbusters ya tienen su premio: se llama dinero”. Montones y montones de él, dice. “Si una calamidad maligna como Batman v Superman: El amanecer de la justicia puede acumular 900 millones de dólares a nivel mundial, es justo decir que no necesitan el apoyo de unos premios, que, en realidad, tienen su propio valor”, escribía.
Cabe puntualizar que aquí no se está en contra de las grandes producciones. Todo lo contrario: se está defendiendo que una película como Dunkerque no deba acabar en una categoría aparte sólo porque recaudó más de 100 millones de dólares en taquilla el año pasado. Sus méritos técnicos y artísticos le hicieron ganarse un puesto en la categoría principal. Querer premiar en solitario a “las películas populares” tiene, a priori, dos consecuencias negativas: es una manera retorcida de decir que no tienen el mismo valor que las tradicionalmente premiables (algo que no importaría tanto en el caso que puedan ser nominadas a ambas categorías, pero que, por otra parte, sería una tontería como una casa de grande) y supone dar reconocimiento a películas que, en su mayoría, habrán sido populares por una suculenta campaña de marketing.
No todos están en contra de los cambios y de acuerdo con estas reflexiones. En Twitter, el periodista Javier P. Martín daba su opinión sobre la noticia argumentando que el éxito comercial es también algo que debe ser reconocido:
Además, apunta muy acertadamente que, hasta que no sepamos los detalles de cómo se medirá esa popularidad, no deberíamos echarnos las manos a la cabeza con tanto dramatismo. Aunque, cierto es, cuesta imaginarse esa categoría como algo más que un cortijo para Disney y sus imbatibles producciones.
Hay quien no se lo ha tomado con tanta filosofía. También en Twitter hemos podido leer a Rob Lowe, que, todo dramático él, anunciaba directamente la muerte de la industria del cine:
Y otros, como el cineasta Adam McKay, se lo tomaban con humor, inventándose otras categorías que podrían haberse incluido, como el alien femenino más buenorro, el mejor lanzamiento de cuchillo o el mejor "pensabas que estaba muerto pero ahora ha vuelto y les está dando cera a todos".
Parece que al único que le ha gustado la noticia es a Mark Wahlberg, que por fin tendría la oportunidad de que Transformers ganase algún premio aparte del Razzie. “Quizás si hubiésemos tenido esa categoría antes, ya tendríamos un par de Oscars”, aseguraba en la premiere de Mile 22 en Los Ángeles este fin de semana. “Hemos tenido una serie de películas muy exitosas comercialmente que creo que garantizaron ese tipo de notoriedad, pero nosotros hacemos películas para que la gente disfrute. Si conseguimos ese tipo de elogios, fantástico”, declaraba el actor de películas como Ted o Marea negra.
Habrá que esperar para conocer más detalles de esta revolución en los Oscars. Puede ser, como apuntaba Martín, un reconocimiento a los buenos éxitos comerciales, o quizás acabe siendo una especie de agujero negro que se trague todos esos géneros que tradicionalmente no habían sido oscarizables en la gran categoría (comedias, rom-com, superhéroes, etc.) y que últimamente estaban ganando mucho peso entre la crítica de cine. O, igual en un tercer escenario posible, la categoría pueda funcionar de forma orgánica como una suerte de Premio del Público extraído directamente de los People's Choice Awards y dejar que las demás categorías sigan siendo las relevantes.
Lo único que tenemos claro es que mientras sea Nicole Kidman la que aplauda en la gala, todo irá bien.

Mireia es experta en cine y series en la revista FOTOGRAMAS, donde escribe sobre todo tipo de estrenos de películas y series de Netflix, HBO Max y más. Su ídolo es Agnès Varda y le apasiona el cine de autor, pero también está al día de todas las noticias de Marvel, Disney, Star Wars y otras franquicias, y tiene debilidad por el anime japonés; un perfil polifacético que también ha demostrado en cabeceras como ESQUIRE y ELLE.
En sus siete años en FOTOGRAMAS ha conseguido hacerse un hueco como redactora y especialista SEO en la web, y también colabora y forma parte del cuadro crítico de la edición impresa. Ha tenido la oportunidad de entrevistar a estrellas de la talla de Ryan Gosling, Jake Gyllenhaal, Zendaya y Kristen Stewart (aunque la que más ilusión le hizo sigue siendo Jane Campion), cubrir grandes eventos como los Oscars y asistir a festivales como los de San Sebastián, Londres, Sevilla y Venecia (en el que ha ejercido de jurado FIPRESCI). Además, ha participado en campañas de contenidos patrocinados con el equipo de Hearst Magazines España, y tiene cierta experiencia en departamentos de comunicación y como programadora a través del Kingston International Film Festival de Londres.
Mireia es graduada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y empezó su carrera como periodista cinematográfica en medios online como la revista Insertos y Cine Divergente, entre otros. En 2023 se publica su primer libro, 'Biblioteca Studio Ghibli: Nicky, la aprendiz de bruja' (Editorial Héroes de Papel), un ensayo en profundidad sobre la película de Hayao Miyazaki de 1989.