Santiago Roncagliolo
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Santiago Roncagliolo

Hace exactamente veinte años, las hermanas Wachowski aún eran los hermanos Wachowski, y solo habían dirigido una película. Lazos ardientes (1996) narraba la historia –medio thriller indie, medio comedia negra– de una pareja de lesbianas rebelándose contra una mafia de machos alfa. Entonces llegó Matrix (1999) y el mundo enloqueció. Cuatro Oscar, otros 37 premios, y muchos millones de espectadores,convirtieron a Andy y Larry en los nuevos genios de la acción y ciencia ficción.

Y a partir de ese momento, cuando ya todos dábamos por segura una carrera de taquillazos filosóficos y hectolitros de testosterona, se sucedieron sus fracasos en ventas y los ataques feroces de la crítica. Paralelamente, los dos directores abandonaron la presencia pública, y por último, se convirtieron en mujeres.

Filosóficos, al menos, sí que han sido. Las siguientes entregas de su trilogía esencial tienen casi tantos monólogos existenciales como explosiones. Por no hablar de El atlas de las nubes (2012), una historia polifónica sobre la reencarnación y la esencia del individuo en lucha contra los condicionantes históricos. O de la serie Sense8, esa parábola queer sobre la búsqueda de la persona perfecta que incluye orgías entre ocho individuos que se encuentran en países diferentes.

En la base de tanta invasión espacial, tanta espectacularidad y tanta metafísica, los Wachowski se han mantenido siempre fieles al mismo tema: la dificultad de los protagonistas para encajar en los modelos sociales, y el amor como tabla de salvación para quienes son diferentes.

Y es que se trata de una obsesión personal. Ambos pasaron años ocultando al mundo su reasignación de género. Lilly incluso tuvo que soportar chantajes de periodistas que la amenazaban con revelar su nueva vida contra su voluntad. Si finalmente salieron del armario fue solo para ayudar a que otras personas pudieran sentirse seguras con su propia identidad.

El cine simplemente forma parte de esa misma lucha. En 1995, escribieron juntas Asesinos, una película con Sylvester Stallone, Antonio Banderas y Julianne Moore que terminó brutalmente transformada por el estudio de producción. Desde entonces, decidieron mantener el control creativo total sobre su trabajo. Querían ser lo que eran. No lo que alguien más quería que fuesen.

Así que puedes ser, como muchos otros, un fan decepcionado de las Wachowski. Puedes encontrarlas pretenciosas, exageradas, incluso aburridas. Pero nunca podrás decir que se han vendido. Nadie como ellas se ha enfrentado al mundo, a los estudios, a la prensa, a la opinión pública y a los premios para defender el mensaje en que creen. Nadie lo ha tenido tan fácil y ha escogido un camino tan difícil para mantener su honestidad.

Si cerraron los noventa como el símbolo del capitalismo cinematográfico –Keanu Reeves incluido–, el vigésimo aniversario de Matrix pilla a estas hermanas convertidas en un símbolo del #MeToo y de la diversidad sexual. Y sin embargo, a través de todas sus peripecias, ellas solo han terminado por parecerse a lo que eran desde un principio. Hoy, más que nunca, encarnan lo que retrataron en Lazos ardientes: dos chicas unidas por el amor luchando contra el poder de los estereotipos.