Netflix tiene una ventaja, que a priori podría parecernos ligera pero que en realidad es importante, sobre las cadenas de televisión tradicionales: Sabe en cada momento qué tipo de contenidos consumen sus abonados y, en base a los más demandados, produce nuevas series que, a priori, deberían agradar a su público. Sin duda ese es uno de los motivos que han animado a la plataforma de streaming a producir dos series de animación para adultos que se suman a las temporadas incluidas en la subscripción de series como 'South Park' o 'Padre de familia'. De 'F is for Family' ya os hablamos en un artículo reciente, pero probablemente la historia de los Murphy no hubiese llegado este año a Netflix sin que previamente 'BoJack Horseman', que acaba de estrenar los 12 episodios de su segunda temporada, no hubiese logrado la gran acogida, crítica y de espectadores, que ha tenido en Estados Unidos.

La serie, creada por el guionista Raphael Bob-Waksberg en el que es su mayor y más personal proyecto hasta la fecha, cuenta con el apoyo de Will Arnett ('Arrested Development') que ejerce como productor y le presta su voz al protagonista de la serie, BoJack Horseman, una estrella de la TV en los 90 en horas (muy) bajas que pretende recuperar su popularidad publicando sus memorias. BoJack comparte piso con Todd Chavez, un gorrilla que aterrizó en su casa durante una fiesta y que jamás se marchó. Su agente, Princess Carolyn, es a la vez su ex, mientras que Diane Nguyen es la negra encargada de redactar su libro. A todo esto, BoJack es un caballo antropomorfo que anda, viste y piensa como un ser humano, y Princess Carolyn una gata de color rosa. Todd y Diane son humanos, aunque esta sale con el Sr. Peanutbutter, un perro actor que se hizo famoso gracias a una serie que plagiaba 'Retozando', el gran éxito catódico de Bojack. Nada nos explicará por qué demonios animales y humanos conviven en perfecta armonía en la sociedad que plantea la serie. El espectador se ve obligado a asumir desde el principio que el hervidero de máscaras sociales que es Hollywood va a ser representado por este caprichoso zoo en el que los animales sólo difieren de los humanos en su aspecto exterior.

Como en 'Padre de familia', la serie basa buena parte de su humor en el exceso y en esos flashbacks introducidos por los personajes, reconocible sello de la serie de Seth MacFarlane. A diferencia de esta, las situaciones narradas son algo más cotidianas y aspiran a invocar el espíritu de Mulholland Drive, la carretera angelina a los pies de Hollywood Hills, bambalinas en las que se inscribe la historia secreta (y oscura) de la industria del entretenimiento estadounidense. En ese purgatorio en el que el auténtico Eddie Minx (el personaje al que parodia Josh Brolin en '¡Ave, César!') limpiaba la vida pública de sus actores usando las más sucias tretas, se desarrolla esta historia de caída, sin auge y sin fondo, de uno de esos juguetes rotos de la televisión. No es casual que BoJack exponga en su casa la vieja portada de una revista en la que aparece retratado junto a Jaleel White, el Steve Urkel de 'Cosas de casa'. Horseman es miserable no sólo por cómo conduce su propia vida por la senda de la infelicidad, sino por el modo en que intoxica la de los bondadosos seres que le rodean y acompañan incondicionalmente pese a su insufrible carácter, fruto de un pecado original que se nos desvelará al final de la primera temporada, cuando la serie vira hacia terrenos más agrios. Cómico sin gracia, estrella sin estrella, es casi un milagro que BoJack acabe ganándose al espectador gracias a, precisamente, la exposición sin cortapisas de sus miserias. Es el lado humano del caballo, la imperfección de la celebridad, lo que logra humanizar a la bestia.