'Black Mirror' va de todo aquello a lo que renunciamos por dejar que la tecnología mejore nuestra vida. Las conexiones reales que dejamos de lado por usar Tinder, la creatividad que desperdiciamos por tener a mano un programa que lo hace por nosotros… Va de cómo esa tecnología puede sacar lo mejor y lo peor del ser humano al mismo tiempo. Va de constatar que por mucho que avancemos, por muchos trastos que tengamos a nuestro alrededor para hacernos la vida más fácil, las emociones básicas siguen primando y los vacíos interiores siguen siendo tan ensordecedores como antes.
Esta cuarta temporada nos ha traído videojuegos perversos, periplos maternales e incluso distopías al estilo de 'Los juegos del hambre', pero es en su último episodio donde se condensa toda la esencia de la serie creada por Charlie Brooker. Bautizado como 'Black Museum', este relato sobre un museo de los horrores parece representar la propia estructura del 'show'. Y, de forma más inquietante, parece querer volar en mil pedazos la herencia misma de 'Black Mirror' y sus múltiples historias futuristas.
['spoilers' a partir de aquí]
Nish (Letitia Wright) se detiene en una gasolinera a repostar la energía solar de su coche -sí, extraño- y se encuentra con un solitario museo que esconde múltiples historias para no dormir. Su dueño, Rolo Haynes (Douglas Hodge), ejerce de guía para la curiosa joven, y le cuenta tres historias reales que surgen de tres de los "objetos" expuestos en las vitrinas del lugar. Todo empieza a encajar de una forma muy perversa, porque, ¿no es 'Black Mirror' un museo de historias posibles con finales mayoritariamente amargos? ¿No somos nosotros, como espectadores, el fiel reflejo de Nish, su escepticismo cuando todo es demasiado feliz y su cara de estupefacción ante los desenlaces? La similitud en el título no es baladí: 'Black Museum' es 'Black Mirror'.
Esto es un concepto muy general, y quizás suene caprichoso. Pero si nos adentramos más en las historias veremos que no lo es. La primera de ellas trata sobre un doctor (Daniel Lapaine) capaz de sentir los síntomas de dolor de sus pacientes, y de ese modo puede diagnosticar mejor y más rápido cuáles son sus problemas. Un avance puntero para la medicina, que acaba convirtiéndose en una maldición. El hombre se convertirá en un adicto a sentir el dolor de los demás, y necesitará más y más, dándose cuenta eventualmente de que el proceso sólo es verdaderamente placentero cuando va acompañado del miedo. Es como en una película de terror, cuyos sustos vacuos nos pueden sorprender, pero son las historias más profundas, más humanas o realistas, las que nos dejan huella. De ese modo, los fans de ‘Black Mirror’ buscan en la serie propuestas cada vez más radicales, cada vez más estrechamente conectadas con nuestro presente, pues es esa visión la que da pavor. Y, como 'voyeurs' en potencia que somos los espectadores seriéfilos, "disfrutamos" con el dolor de personajes ajenos a nosotros, pero siendo conscientes de que podríamos ser ellos en pocos años.
La segunda de las historias nos muestra otra perspectiva de este asunto. En ella, conocemos a una pareja que toma una decisión complicada: unir la mente de la mujer (Alexandra Roach), en estado comatoso, a la de su esposo para compartir cuerpo y poder vivir y ver crecer a su hijo pequeño. Ver a través de los ojos de otros. La empatía. Este segundo relato es un llamamiento a lo que el primero no tuvo: la consciencia de que estamos hablando de personas. Cuando el marido se harte de confrontar otra mente dentro de su cabeza y decida insertar lo que queda de su mujer en un oso de peluche, esa empatía se va al traste. Porque comprender los sentimientos de los demás es doloroso. No es divertido, ni debe tomarse a la ligera, y esa es quizás una autocrítica a alguno de los episodios de la propia serie.
Quien se ha aprovechado de estas historias -y sigue haciéndolo- es el ya mencionado Rolo Haynes, el dueño del museo e instigador de muchas de estas situaciones. Él es, de hecho, Charlie Brooker, en una versión mucho más perversa y menos crítica de lo que en realidad es el creador de 'Black Mirror'. Pero ahí está, enseñando sus creaciones, las consecuencias de sus derivas de grandeza, a una visitante que somos todos. Esa es la ecuación: Nish es el público, Haynes es Brooker y el 'Black Museum' es 'Black Mirror'. Las señales están ahí: las historias que nos cuenta Haynes son nuevas, pero en el fondo podemos ver expuestos en el museo la tablet de 'Arkangel', la piruleta de 'U.S.S. Callister' o la bañera de 'Crocodile', en una exposición masiva de 'Easter Eggs'. Esta metáfora de grandes dimensiones acaba, como sabéis, volando por los aires. El público se venga de la crueldad de Brooker y destroza todos los restos de sus historias. ¿Se ha inmolado el británico en su propia serie? No deja de ser una lectura curiosa, pero no es la única. Nunca lo es.
Otros han apuntado que 'Black Museum' puede estar hablando del sistema penitenciario de los Estados Unidos, en especial por la tercera y última de las historias de Haynes: un hombre condenado a morir en la silla eléctrica y que le vendió los "derechos de imagen" de sus últimos segundos de vida al empresario. En forma de holograma, el hombre se autocondenó a vivir como una sombra en el museo y permitió -sin saberlo- que los visitantes pudieran activar una y otra vez la silla eléctrica para verle morir 'ad infinitum'. De nuevo, la crueldad del espectador, que en este relato sí puede exhibir una crítica a las cárceles y, sobre todo, a los efectos colaterales de las mismas: las familias, el dolor, la injusticia.
Realmente, da igual cómo interpretes 'Black Museum': sigue siendo el capítulo más importante de esta cuarta temporada. Buena parte de la prensa lo ha calificado de "falto de originalidad" y "sobrecargado y decepcionante", desde Variety hasta Entertainment Weekly, pero más allá de que resulte más o menos entretenido, más o menos revolucionario, es completamente imprescindible en el desarrollo del show. Es un espejo en el que se mira a sí mismo, y en el que quiere que nosotros también miremos. Es autorreflexivo y complejo, y marca la despedida -de momento- de la serie más inquietante del audiovisual contemporáneo.

Mireia es experta en cine y series en la revista FOTOGRAMAS, donde escribe sobre todo tipo de estrenos de películas y series de Netflix, HBO Max y más. Su ídolo es Agnès Varda y le apasiona el cine de autor, pero también está al día de todas las noticias de Marvel, Disney, Star Wars y otras franquicias, y tiene debilidad por el anime japonés; un perfil polifacético que también ha demostrado en cabeceras como ESQUIRE y ELLE.
En sus siete años en FOTOGRAMAS ha conseguido hacerse un hueco como redactora y especialista SEO en la web, y también colabora y forma parte del cuadro crítico de la edición impresa. Ha tenido la oportunidad de entrevistar a estrellas de la talla de Ryan Gosling, Jake Gyllenhaal, Zendaya y Kristen Stewart (aunque la que más ilusión le hizo sigue siendo Jane Campion), cubrir grandes eventos como los Oscars y asistir a festivales como los de San Sebastián, Londres, Sevilla y Venecia (en el que ha ejercido de jurado FIPRESCI). Además, ha participado en campañas de contenidos patrocinados con el equipo de Hearst Magazines España, y tiene cierta experiencia en departamentos de comunicación y como programadora a través del Kingston International Film Festival de Londres.
Mireia es graduada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y empezó su carrera como periodista cinematográfica en medios online como la revista Insertos y Cine Divergente, entre otros. En 2023 se publica su primer libro, 'Biblioteca Studio Ghibli: Nicky, la aprendiz de bruja' (Editorial Héroes de Papel), un ensayo en profundidad sobre la película de Hayao Miyazaki de 1989.