En la misma semana en que se cumplía la víctima número 1000 por violencia de género en España desde 2003, momento en el que empezó a contabilizarse de forma oficial, ‘El caso Alcàsser’ aterriza en Netflix. Muchos allá por 1992, cuando se produjo el crimen que narra esta nueva serie documental, no relacionaron estos dos conceptos, de igual modo que no entendieron el asesinato de las tres niñas (Miriam García, Desirée Hernández y Toñi Gómez) como parte de los tantos casos de violencia sistémica contra las mujeres. El suyo se convirtió de la noche a la mañana en el primer caso mediático español, y el primero en el que se dio cita la tragedia con la telebasura, la explotación del dolor y la vulneración de cualquier ética periodística. Todo se olvidó en aquellos inicios de los años 90 en favor de los índices de audiencia, que provocaron que los cuerpos de las víctimas fuesen torturados una vez más. Esta vez, en ‘prime time’.
La serie creada por Ramón Campos y Elías León Siminiani nació con la intención, dicen en una entrevista con FOTOGRAMAS, de ser una crónica de los hechos que llevaron desde la muerte hasta el descontrol mediático. “Creemos que va a interesar a la gente, porque es algo que de alguna manera está de actualidad: cada cierto tiempo se produce un crimen, cada cierto tiempo nos rasgamos las vestiduras sobre cómo se trata el tema en los medios de comunicación y cada cierto tiempo volvemos a repetir los mismos errores”, aseguraba Campos, incidiendo en la idea de que hay que volver al origen, “a cuál fue el primer crimen en la sociedad española que inició esta ola de amarillismo periodístico”, para entender cómo cambió profundamente la realidad en la que se vivía.
Aunque, como se suele decir, del dicho al hecho hay un trecho. Efectivamente, ‘El caso Alcàsser’ se dedica en gran medida a criticar a los medios de comunicación de la época, especialmente los presentados por Nieves Herrero ('De tú a tú') y Paco Lobatón ('¿Quién sabe dónde?'), mientras deja otro gran espacio para intentar esclarecer algunas de las incógnitas que dejaron y explorar el cuestionable camino que tomó el padre de Miriam, Fernando García, y el criminólogo Juan Ignacio Blanco. Hay, al menos, una pequeña mención final al área que realmente cambió (y perjudicó) aquel caso: a la libertad de las mujeres. Quizás esa parte debiera haber sido más grande porque, como explica Nerea Barjola en su libro ‘Microfísica sexista del poder’, el caso Alcàsser no puede entenderse como algo aislado del sistema patriarcal que lo provocó.
La prensa carroñera
Desde el secuestro de las niñas el viernes 13 de noviembre de 1992, Alcàsser se había convertido en un plató de televisión. Fueron 75 días hasta que sus cadáveres fueron encontrados en La Romana (Tous), y cuatro años hasta el juicio contra el único detenido, Miguel Ricart 'El Rubio'. El otro acusado, y el que se cree que organizó y perpetró las partes más terribles del crimen, fue Antonio Anglés, que a día de hoy sigue fugado de la justicia. En todo este tiempo, desde la desaparición hasta la investigación para esclarecer los hechos, se declaró una guerra abierta en los medios de comunicación para conseguir los mejores datos de audiencia a costa del dolor de los familiares y más tarde encontrando un nuevo filón con las teorías conspiranoicas sustentadas por el silencio sobre el sumario del caso.
Herrero y Lobatón compitieron por acaparar la atención de los españoles, que cayeron en el morbo de estos programas como en una telaraña y se plantaron delante de la televisión para escuchar los detalles más escabrosos del caso. Era casi imposible no caer en ello: era el tema candente del momento, y nadie quería perderse ni una sola coma del relato. Los familiares, agradecidos en cierta manera por la visibilidad que los medios habían dado a la desaparición con la esperanza de encontrar a las niñas, se prestaron a toda clase de indecencias televisivas. Entrevistas en las que Herrero presionaba una y otra vez a amigas de las víctimas preguntándoles si pensaban que podrían haber sido ellas, que cómo se sentían, que si lo iban a poder superar, que si iban a saber perdonar, que si podrían seguir con sus vidas. La explotación del dolor llegó a límites que jamás deberían haberse cruzado.
'El caso Alcàsser' centra gran parte de su discurso en estas dinámicas periodísticas que se vivieron en los años 90, y que sirvieron de referente para toda la telebasura que ha germinado desde entonces. En ese momento, cuando las cadenas privadas acababan de nacer en España y el miedo por este crimen se apoderó de toda una sociedad, las grandes empresas se dieron cuenta de lo rentable que resulta exprimir las intimidades de los demás. "Estos programas transforman, desde su base, un caso de violencia sexual en una teleserie que trivializa y convierte la violencia sexista en un producto de consumo", escribe Nerea Barjola en su ensayo, en el que sentencia: "La explotación del sufrimiento, a menudo, se disfrazó de solidaridad con las familias".
Así es como entraron a las casas de los españoles. Esos espectadores también buscaban cierta orientación en la educación de sus propias hijas, y cómo protegerlas de algo así. Aunque no aparece en el documental, la tertulia conducida por María Teresa Campos en Televisión Española también fue la plataforma para un fenómeno que marcaría a las mujeres de la época. "Con la idea de que la juventud era sinónimo de exceso y, por lo tanto, de ausencia de autoridad, el debate se centró en asociar los peligros de las nuevas generaciones a la falta de disciplina y organización familia", cuenta Barjola, que apunta cómo este tipo de programas pusieron la culpabilidad en la imprudencia de las mujeres que osan caminar solas de noche y la irresponsabilidad de las madres (que no de los padres) por permitírselo. Y así es como, a pesar de que la serie de Netflix no le dedique suficiente espacio, el sistema patriarcal de la época y su agresiva respuesta a los avances del movimiento feminista son claves para entender lo que fue el verdadero caso Alcàsser.
El sexismo, el verdadero culpable
'Microfísica sexista del poder: El caso Alcàsser y la construcción del terror sexual', publicado en 2018, es posiblemente una de las mejores explicaciones jamás escritas sobre las consecuencias sociales que tuvo el discurso mediático entorno al caso Alcàsser, y especialmente su relación con los avances del feminismo. Para Nerea Barjola, "el relato que se construyó es un instrumento que el sexismo social puso en marcha para contrarrestar el avance del Movimiento Feminista y, por lo tanto, para impedir que se produjese un cambio radical para las mujeres". Fue una "narración política" que tuvo un gran impacto en la vida de las mujeres, que de pronto vieron sus libertades limitadas en el espacio público, que debería ser de todos.
Un suceso no puede entenderse sin contexto. Un asesinato siempre será en cualquier circunstancia un crimen aberrante, pero se produce por una serie de causas que no siempre se dejan ver tan fácilmente. El problema con la cobertura mediática sensacionalista es que da demasiado espacio a lo anecdótico (normalmente lo más escabroso) y muy poco a lo reflexivo. A la búsqueda del por qué, de un origen. Y en el origen de los crímenes sexuales hacia las mujeres está la dinámica del poder. No, una violación no tiene nada que ver con placer, sino con dominación, con humillar, con marcar el terreno en un lugar que crees que te pertenece. Por eso la violencia hacia las mujeres es diferente y abundante: porque conlleva un pasado de subyugación social antaño permitida por el sistema y hoy día incluso justificada en ciertas circunstancias. ¿O es que no se criticó hasta la saciedad en aquellos programas noventeros que las niñas caminasen solas por la calle o hiciesen autoestop?
Barjola lo describe así:
Los relatos sobre el peligro sexual, y concretamente el relato que se construyó en torno al crimen de Alcàsser, son un cúmulo de significados que denigran y culpabilizan a las mujeres. (...) Los relatos funcionan como una caza de brujas en la medida en que aleccionan, vigilan y castigan la actitud de las mujeres. Toda generación contiene su propia caza de brujas: una inquisición social que produce y reproduce violencia y tortura sexual sobre el cuerpo y la vida de las mujeres. El relato de Alcàsser es, en definitiva, una elaboración socio-literaria que genera y divulga una verdad y saber sexistas que van a culpabilizar y denigrar a las mujeres. Los relatos sobre el peligro sexual no son sucesos excepcionales, no son noticia de un día con unos significados pasajeros, son un sistema de comunicación preciso.
No se puede obviar en los numerosos casos de abuso sexual de los 90 (el de Alcàsser fue el más mediático, pero ni de lejos fue el único) la reacción a un tiempo de avances del feminismo. "Este ejercicio de contextualización es importante en la medida en que el relato es una respuesta violenta a la libertad que, por y desde el feminismo, se estaba consolidando para las mujeres", apunta Barjola. Efectivamente, los años 80 trajeron la Segunda Ola del feminismo a España, que consiguió algunos cambios significativos, como la abolición de la ley del divorcio, la despenalización parcial del aborto o la modificación de las penas y especificaciones de los crímenes sexuales, que a partir de la ley de 1989 pasaron a considerarse atentados contra la libertad sexual de las mujeres y, como solía ser, contra su honestidad. "Estas puertas abiertas significaban, en el contexto de la época, lesionar los grandes ejes estructurales del patriarcado, esto es: la institución de la familia, el cuerpo y la sexualidad de las mujeres y la división sexual del espacio público-privado", continúa la autora, que afirma que "el crimen de Alcàsser irrumpe, en una fase en la que las reivindicaciones feministas comenzaban a ser in-corporadas, practicadas y asumidas principalmente por las mujeres".
Una sociedad en pleno cambio a la que el uso inmoral del asesinato de tres niñas obligó a detenerse, e incluso retroceder. No, el suyo no fue un caso aislado, ni tampoco lo fue el de la Manada de los Sanfermines en 2017. "Sirvió para encender la llama de las ansiedades sociales con respecto a la sociedad misma, pero no para plantear un debate sobre los fundamentos que permiten que crímenes de este tipo se produzcan", critica Barjola, cuya visión sobre el caso habría venido muy bien en el eje central del relato de la serie de Netflix. Aun así, su episodio final dedica una reflexión final que no deberíamos pasar por alto.
Carme Miquel, que fue profesora tutora de Miriam y Desirée, aparece más de 25 años después para poner la nota feminista en 'El caso Alcàsser'. "El caso afectó a la libertad de las jóvenes en general, porque el relato que los medios conforman es un relato que viene a decir: cuidado, mujeres, tenéis que estar en el sitio que se os ha otorgado, no salgáis de vuestro espacio, porque si no ya veis lo que pasa", cuenta la docente, seguida de un montaje con algunas piezas periodísticas que muestran cómo la narrativa ponía el foco en el peligro en el que se encuentran las mujeres. Pero no era un reflexión de cómo ese peligro se llama patriarcado y todos vivimos bajo él, sino una simple propagación del terror. "Como diciendo que el que las mujeres hagamos uso de nuestra libertad sea una cosa mal hecha, porque hemos salido del huequecito que nos tenían asignado", añade Miquel.
"Cuando se hizo pública la sentencia contra Miguel Ricart [en 1997], la violencia de género no existía como tipo legal en el sistema jurídico español", se lee en en letras blancas en el epílogo del documental. Con el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, se aprobó en 2004 la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, la primera en Europa y aprobada en el Congreso por unanimidad. Desde entonces, han muerto mil mujeres. Y habrá más que contabilizar: con la aprobación del Pacto de Estado contra la Violencia de Género en 2017, crímenes como los de Toñi, Miriam y Desirée también se contarán. No contarán, sin embargo, las tres cuartas partes de la violencia machista que aún no se denuncia ante la justicia.
"Todavía nos encontramos en un sistema patriarcal donde la mujer es considerada inferior y está al servicio del hombre", concluye Carme Miquel en el documental, dejando claro que aún queda mucho por hacer para construir un futuro libre de violencia sexista. Pero el primer paso, como suele decirse, es admitirlo.

Mireia es experta en cine y series en la revista FOTOGRAMAS, donde escribe sobre todo tipo de estrenos de películas y series de Netflix, HBO Max y más. Su ídolo es Agnès Varda y le apasiona el cine de autor, pero también está al día de todas las noticias de Marvel, Disney, Star Wars y otras franquicias, y tiene debilidad por el anime japonés; un perfil polifacético que también ha demostrado en cabeceras como ESQUIRE y ELLE.
En sus siete años en FOTOGRAMAS ha conseguido hacerse un hueco como redactora y especialista SEO en la web, y también colabora y forma parte del cuadro crítico de la edición impresa. Ha tenido la oportunidad de entrevistar a estrellas de la talla de Ryan Gosling, Jake Gyllenhaal, Zendaya y Kristen Stewart (aunque la que más ilusión le hizo sigue siendo Jane Campion), cubrir grandes eventos como los Oscars y asistir a festivales como los de San Sebastián, Londres, Sevilla y Venecia (en el que ha ejercido de jurado FIPRESCI). Además, ha participado en campañas de contenidos patrocinados con el equipo de Hearst Magazines España, y tiene cierta experiencia en departamentos de comunicación y como programadora a través del Kingston International Film Festival de Londres.
Mireia es graduada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y empezó su carrera como periodista cinematográfica en medios online como la revista Insertos y Cine Divergente, entre otros. En 2023 se publica su primer libro, 'Biblioteca Studio Ghibli: Nicky, la aprendiz de bruja' (Editorial Héroes de Papel), un ensayo en profundidad sobre la película de Hayao Miyazaki de 1989.