Las víctimas de un crimen deben enfrentarse hasta tres veces al trauma: cuando son agredidas en primer lugar, cuando el sistema judicial les hace revivir la experiencia (una, y otra, y otra vez) y cuando alguna serie convierte su dolor en carne de ‘true crime’ y, a su agresor, en una figura misteriosa y fascinante con la que vender camisetas y filmar biopics. Las vidas infinitas de la experiencia postraumática. Y eso las que, por suerte o por desgracia, viven para contarlo. En el caso de la violación, entran en juego otros elementos. La humillación, la culpa, el constante cuestionamiento social y jurídico hacia su versión de la historia. La explotación de las áreas grises, de la memoria dañada, de la hora que era, de lo que llevaba puesto, de lo que hizo para protegerse, del volumen en el que pidió ayuda. Para muchas mujeres, como la protagonista de ‘Creedme’, la violación solo es la primera parada en un viaje lleno de agresiones.
Esto es lo primero que la nueva serie de Netflix quiere que entendamos: que esta no va a ser una de esas crónicas de sucesos henchidas de sensacionalismo y especulaciones donde el misterio por atrapar a un criminal en serie se impone sobre la experiencia de sus víctimas. Por algo parte de una investigación premiada con el premio Pulitzer, el más prestigioso de los galardones periodísticos, firmada por Ken Armstrong y T. Christian Miller y titulada en su primera versión ‘An Unbelievable Story of Rape’. En ella, la cultura de la violación se mostraba con su cara más amarga, la de la falta de formación entre las fuerzas de seguridad, el estigma que acompaña a un delito sexual o la poca confianza que tradicionalmente se achaca a las víctimas que dan un paso al frente para denunciarlo. "Muchos detectives evitarían los delitos sexuales si pudieran", escribieron en su reportaje. "No tienen el mismo perfil que los homicidios -nadie viene a hacer una película sobre un caso de violación- y, donde éstos eran en blanco y negro, la violación está llena de grises”, apuntan, evidenciando la complejidad que conllevan estas situaciones, a lo que se añade algo más: “Las víctimas de violación estaban vivas y sufriendo, su dolor siempre estaba en su cara y nunca, nunca podrías mirar hacia otro lado”.
Armstrong y Miller documentaron los crímenes de un violador en serie que, con un modus operandi que repetía y perfeccionaba a cada nueva víctima (localizaba mujeres que vivían solas, allanaba su casa en mitad de la noche con un pasamontañas cubriéndole la cara, las violaba durante horas, las fotografiaba y se llevaba sus bragas como trofeo, las obligaba a tomarse una ducha posterior para borrar las huellas… y así hasta desaparecer como si jamás hubiese estado allí), atacó a diversas mujeres en diferentes zonas de los Estados Unidos. De entre todas ellas, ‘Creedme’ se centra principalmente en la historia de Marie (Kaitlyn Dever), que, cuando denunció la agresión, fue presionada por los agentes de policía y cuestionada por algunas de las contradicciones de su relato, a lo que no ayudó su pasado trágico entre maltratos y casas de acogida. Y eso les bastó para confundirla hasta guiarla hacia la única respuesta que estaban esperando escuchar, la única que les valía: que se lo había inventado todo. Que lo habría soñado, que solo buscaba algo de atención. No sería hasta años después, cuando su vida ya se había caído a pedazos, que podría demostrar que dijo la verdad.
Las decisiones narrativas de la serie de Netflix son impecables. Primero: dejar la historia del violador, que sí se explicó sobre el papel, fuera del relato. Claramente, su objetivo es centrarse en la experiencia de las víctimas. Segundo: no mostrar las violaciones de forma explícita, sino con mucho cuidado a través de los recuerdos de quienes las sufrieron. No había, como queda demostrado después de verla, ninguna necesidad de mostrar el crimen en toda su crudeza, y el resultado son memorias borrosas que aparecen como 'flashes', en una visión profundamente subjetiva de lo que ocurrió.
Tercero: no retratar a los policías como villanos misóginos, sino como profesionales que prefirieron pasar al siguiente expediente en lugar de servir y proteger como debían. "No era su trabajo convencerme: era mi trabajo llegar al fondo del asunto, y no lo hice", diría arrepentido años después el detective Parker (interpretado en la serie por Eric Lange) frente a los periodistas. La serie no quiere demonizar a quienes lo hicieron mal, sino mostrar las consecuencias de la mala praxis policial. Cuarta: saber que la mirada femenina tras las cámaras era de extrema importancia, y está representada, entre otras, por la showrunner Susannah Grant (guionista de ‘Erin Brockovich’), la productora Sarah Timberman (‘Justified’), la directora Lisa Cholodenko (‘Los chicos están bien’) e incluso la propia Marie, que participó desde el anonimato.
Y quinta, y quizás la más importante: ayudar al espectador a entender que el trauma de ser violada no es comparable a otros tipos de crímenes y, sobre todo, que no todas las víctimas reaccionan de la misma manera. Esto era importante para las creadoras. No hay una víctima perfecta, no es más verídico un testimonio porque haya llantos, gritos o golpes sobre la mesa. Están las que callan por vergüenza, miedo o culpa, o las que quieren retirarse a medio camino porque (como la protagonista) prefieren que todos se olviden del tema antes que volver a revivir lo ocurrido una y otra vez, sentir el odio en las redes sociales por parte de hombres que dicen no querer ver sus vidas arruinadas por una “falsa denuncia” o que una juez le pregunte si cerró bien las piernas para evitar que la violaran. Ojalá eso fuese inventado. La realidad es que, tras un trauma como este, no hay ningún patrón a seguir, ni mucho menos uno por el que se pueda juzgar la veracidad de un testimonio. Por ejemplo, un detalle real que se muestra en la agresión a Marie es cómo se queda mirando una foto de su mesilla de noche en la que aparece ella en la playa, trasladando su mente a un recuerdo feliz para no tener que pensar en lo que está ocurriendo en la realidad. Por eso, más tarde, no recordará demasiados detalles de la agresión, al contrario que otra de las víctimas, Amber (Danielle MacDonald), que se esforzará en recordar cada detalle como mecanismo de defensa. Cada una encuentra su modo de sobrellevar una tortura que se extendió durante toda una noche.
Además de Marie, el otro pilar de ‘Creedme’ llega en forma de dos detectives de policía: Grace Rasmussen (Toni Collette) y Karen Duvall (Merritt Wever). Ambas iniciarán una investigación modélica, exhaustiva e irreprochable para traer justicia al caso. Sus personajes (reales, aunque con otros nombres) funcionan a su vez como representantes de otro tipo de agresión, la de mujeres que trabajan en un ambiente predominantemente masculino, donde, como apuntan en la serie, un alto porcentaje de agentes consiguen encubrir sus casos de violencia doméstica contra sus parejas. El sistema es, aún en muchos casos, profundamente patriarcal e imperfecto. Por eso, ver a dos profesionales que se dejan la piel por un caso es inspirador. Dos “ángeles de la guarda”, como las llamará una de las víctimas, que velan por el bienestar de aquellas que no pueden defenderse por sí solas. Sus diferencias se explotan en unas dinámicas propias de una ‘buddie movie’ policíaca, y su relación se convierte en uno de los grandes fuertes de toda la historia. Ellas representan, como asegura la ‘showrunner’ en una entrevista con Rolling Stone, “la idea de que no sabes cuánto estás haciendo por otros cuando haces lo correcto".
La serie llega en un momento perfecto, en una era de ajuste de cuentas. Por un lado, con nuestros errores del pasado, por no dar la suficiente importancia a los crímenes sexuales ni creer las historias de las mujeres. Series como ‘Lorena’ de Amazon Prime Video nos han ayudado a analizar viejas polémicas con una nueva perspectiva, mientras depredadores como Harvey Weinstein han sufrido por fin las consecuencias de sus actos y casos como el de La Manada se han convertido en un asunto de importancia nacional. Es un momento para escuchar, y ‘Creedme’ nos abre el camino para el siguiente paso: entender. Su exploración del trauma y sus efectos (en la memoria, en las relaciones con otros, en la autoestima) no solo nos enseña con una sensibilidad apabullante lo que ocurre después de una violación, sino también, a nivel artístico, nos da una lección sobre cómo alejarse del sensacionalismo morboso y adentrarse en retratos mucho más inteligentes, pero igualmente impactantes e incluso adictivos, en el género del ‘true crime’. Sí, se puede.

Mireia es experta en cine y series en la revista FOTOGRAMAS, donde escribe sobre todo tipo de estrenos de películas y series de Netflix, HBO Max y más. Su ídolo es Agnès Varda y le apasiona el cine de autor, pero también está al día de todas las noticias de Marvel, Disney, Star Wars y otras franquicias, y tiene debilidad por el anime japonés; un perfil polifacético que también ha demostrado en cabeceras como ESQUIRE y ELLE.
En sus siete años en FOTOGRAMAS ha conseguido hacerse un hueco como redactora y especialista SEO en la web, y también colabora y forma parte del cuadro crítico de la edición impresa. Ha tenido la oportunidad de entrevistar a estrellas de la talla de Ryan Gosling, Jake Gyllenhaal, Zendaya y Kristen Stewart (aunque la que más ilusión le hizo sigue siendo Jane Campion), cubrir grandes eventos como los Oscars y asistir a festivales como los de San Sebastián, Londres, Sevilla y Venecia (en el que ha ejercido de jurado FIPRESCI). Además, ha participado en campañas de contenidos patrocinados con el equipo de Hearst Magazines España, y tiene cierta experiencia en departamentos de comunicación y como programadora a través del Kingston International Film Festival de Londres.
Mireia es graduada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y empezó su carrera como periodista cinematográfica en medios online como la revista Insertos y Cine Divergente, entre otros. En 2023 se publica su primer libro, 'Biblioteca Studio Ghibli: Nicky, la aprendiz de bruja' (Editorial Héroes de Papel), un ensayo en profundidad sobre la película de Hayao Miyazaki de 1989.