‘Better Things’ es una serie difícil de vender. Por un lado hay cosas como ‘El juego del calamar’ o ‘La casa de papel’, que se pueden resumir en una o dos frases (“es ‘Battle Royale’ pero con juegos infantiles”, o “es un atraco dirigido por Tarantino pero en el Banco de España”). Pero luego están esas otras series como ‘Friends’, utilizada en cursos de guion como ejemplo de una historia sin sinopsis (a menos que consideremos como sinopsis algo así como “seis amigos neoyorquinos treintañeros pasan el rato entre sus casas y una cafetería”).
‘Better Things’, disponible en HBO Max, tampoco tiene una sinopsis muy definida. Pero hay que intentar venderla, así que digamos que cuenta las vicisitudes de una madre divorciada de Los Ángeles y sus tres hijas. Sam Fox es una actriz que ha trabajado lo suficiente como para poder mantener a su familia, incluida la abuela Phil (y una paga mensual a su exmarido), pero no es tan famosa como para que todo el mundo la reconozca por la calle. Sus hijas son Max, Frankie y Duke. Les pasan cosas, sufren, ríen, discuten, aprenden (o no) y siguen viviendo.
Quizá su falta de éxito masivo después de cinco temporadas se deba a eso mismo, lo difícil que es venderla, pero ‘Better Things’ es una serie que ha crecido temporada a temporada. Aupada por la crítica (fue nombrada una de las mejores series de 2020 por el New York Times) y sus fieles espectadores, ha mantenido la suficiente relevancia como para que FX la siguiera renovando hasta llegar a su última temporada, actualmente en emisión. En España está disponible en HBO Max.
La historia de una mujer sobrepasada que sigue adelante
‘Better Things’ tiene algo de autoficción (tanto Adlon como Sam son actrices de éxito moderado y madres solteras de tres hijas), y Adlon ha volcado todo lo que sabe, y lo que no, en ella. “Es lo peor de mí. Es lo mejor de mí”, ha dicho sobre el personaje. ‘Better Things’ fue co-creada por Adlon junto a Louis C.K., pero entonces C.K. fue cancelado y ella se quedó sola al timón en la tercera temporada. Después de plantearse seriamente abandonar el proyecto, la actriz accedió a continuar y hacer algo que no había hecho nunca: escribir y dirigir una serie en solitario. Desde entonces ha firmado y filmado la mayoría de los episodios de las cuatro temporadas restantes.
El efecto dentro de la propia serie no puede haber sido más positivo. Adlon demostró, a sí misma y a los demás, que el alma de ‘Better Things’ estaba en ella y no en su colaboración con C.K., con el que había trabajado en varias cosas, desde ‘Lucky Louie’ a ‘Louie’. En sus últimas tres temporadas la serie ha terminado de encontrar su propia entidad, una puramente femenina y maternal (habría sido muy irónico y triste que la cancelación de Louis C.K. nos arrebatara eso).
‘Better Things’ es divertida y triste a la vez. Es compleja y problemática. Es naturalista e íntima. Es calurosa e incómoda. Tiene lo mejor del cine indie estadounidense y lo mejor de la televisión tradicional (la mayor parte de la serie tiene lugar dentro de la casa de Sam, en una evolución orgánica y adulta de la sit-com de toda la vida). Su ritmo puede ser frenético, alternando pequeños gags a veces hilarantes, a veces solo desconcertantes, o muy pausado. Abundan los montajes de planos inertes de los objetos inanimados que llenan la casa en un horror vacui extremo, o imágenes de los animales que, a petición de las hijas, la propia Sam acaba cuidando entre sus incontables tareas caseras. A veces solo la acompañamos mientras recoge la ropa que hay tirada por toda la casa para poner una lavadora, o la vemos hacer la compra con una lista llena de caprichos. Es el día a día de una madre que está sobrepasada por la carga (de su familia, de su trabajo, de sí misma) pero sigue adelante sin mayores aspavientos. Como hizo la propia Pamela Adlon detrás de las cámaras.
Una familia real
Pocas series han conseguido construir relaciones tan reconocibles, tan ambiguas, tan humanas (solo las mejores, como ‘A dos metros bajo tierra’). ‘Better Things’ es ante todo un tratado sobre la familia, la biológica y la elegida, y cómo podemos querer a alguien y a la vez querer estrangularle. También es el retrato de cuatro generaciones de mujeres reales y actuales. Cuatro mujeres que se quieren y se cuidan pero también se gritan y se maltratan; como suele ocurrir en las familias, lo que les exaspera a las unas de las otras son precisamente cualidades o defectos que ellas mismas tienen. La serie se regodea en esos defectos y te obliga a amar a todas esas mujeres con ellos. O por ellos.
En el episodio ‘Eulogy’ de la segunda temporada, uno de los mejores de la serie, Sam se va de casa harta tras discutir con sus tres hijas. Al volver las niñas, la abuela y varios amigos le están dedicando un funeral ficticio para poner en palabras todas las cosas que no suelen decirle en el día a día. “Necesitaba darle algo de mi dolor porque sabía que ella podría sobrellevarlo cuando yo no pudiera”, le dice la hija mediana, Frankie. Precisamente cómo la serie trata a lo largo de las cinco temporadas los conflictos de Frankie con su identidad de género es un ejemplo de la sutileza, la naturalidad y la complejidad con la que aborda los temas que toca.
Ver 'Better Things' es estar en casa
Quizá es difícil venderla porque es más una experiencia inmersiva que una narrativa. Dan igual las tramas o los giros de guion; la mayoría de los episodios no siguen una estructura clásica de planteamiento, nudo y desenlace, ni están estrechamente conectados entre sí. Cada capítulo es una concatenación de situaciones y viñetas sin hilo conductor concreto. Ver ‘Better Things’ es como entrar en la casa de Sam durante un rato en un momento indeterminado, una naturaleza acogedora que caracteriza a la propia creadora. “Cuando tuve mi primer apartamento, viviendo sola en mi adolescencia, todo el mundo pasaba por casa y vivía en mi sofá, me llamaban ‘mamá’ o ‘madre’. Siempre he tenido eso en mi ADN”, contaba Adlon en una entrevista reciente en The Hollywood Reporter. En el rodaje de la serie también se comporta así, más que como una showrunner: como una madre.
La familia, el hogar y la herencia. Todo lo que cuenta Pamela Adlon está atado por la maternidad. La madre en ‘Better Things’, como ocurre en muchas familias, es una figura que hace de pegamento. Ese pegamento que mantiene unidos de forma precaria los trozos de un jarrón que podría romperse en cualquier momento. Sam es una madre dedicada, calurosa, frágil e imperfecta que va creciendo junto a sus hijas. A veces es una niña como ellas. A veces tiene que sacar adelante cuatro hijas, si incluimos a la abuela. A menudo quiere matarlas a todas.
Hay algo de madre mediterránea en Sam, y en Pamela Adlon, aunque como descubrimos en el primer episodio de la quinta temporada es sobre todo judía (sí tiene un pequeño porcentaje italiano en su sangre). Pero esta mujer cálida e irónica, que da besos y llena su casa de gente y corretea de aquí para allá siempre ocupada recuerda a las madres de por aquí. “Cuando la gente me ve y empieza a hablarme de la serie, solo les digo: ‘Ven aquí’. Les doy un abrazo porque es lo único que puedes decir, porque lo has compartido”, contó en una entrevista con The Atlantic.
‘Better Things’ es algo así como un “lugar feliz”, una ficción que sirve como hogar. Cuesta aceptar que se acabe una serie que ha conseguido algo tan difícil. Pero tiene razón Phil: “Eso es todo. Una vida, y después… adiós”. Así es 'Better Things'; así es la vida.
Licenciado en Comunicación Audiovisual, es el típico que entró en la carrera queriendo ser director de cine hasta que se le quitó la tontería a los 15 minutos. Le encanta escribir sobre series, pero también lo hace sobre películas. Marvel, terror, HBO o dramones indies, cualquier género, forma y medio es bueno si la historia lo vale. Las entrevistas y el cine español son su debilidad, y está enganchado a ‘Drag Race’.