Dice Ang Lee (Taiwán, 1954) que no es muy amigo de las entrevistas, y no le falta razón cuando afirma: “si quieres entenderme, está todo en mis películas”. Se diría que es una persona humilde, y ha sabido darle a cada trabajo un toque personal –la figura del patriarca y los personajes reprimidos están siempre presentes– pese a plantear en cada ocasión temáticas dispares. Ahora que su fulgurante carrera supera los veinte años, el único cineasta asiático con un Oscar al mejor director se atreve otra vez a llevar las riendas de una obra descomunal como es ‘La vida de Pi’. Un desafío que ha encarado con la lección aprendida tras el fracaso personal que le supuso adaptar ‘Hulk’ (2003) y apostando desde el primer momento por utilizar las tres dimensiones “para que el espectador sienta lo mismo que el protagonista”.

Varios directores estaban tras la pista de ‘La vida de Pi’ desde que la novela de Yann Martel se convirtiera en un superventas en 2002. Considerada en su día inadaptable incluso para el propio Lee, FOX confió finalmente en la mirada sutil y enérgica del director de ‘Tigre y dragón’ (2000) para llevar a la gran pantalla un relato sin fronteras, desbordante de humanidad y con un explícito trasfondo místico, tarea nada sencilla. Se trata, por tanto, de una aventura fuera de lo común que llega en un momento de no pocos lamentos por la escasez de nuevas ideas en los estudios. Así pues, vale la pena escuchar a un gran director que ha puesto toda su ambición en una película que consigue transmitir, valga la redundancia, un sentido y una sensibilidad que están al alcance de muy pocos, pero a la vista de todos.